Cada invierno son útiles a la oposición política las camas que llenan las urgencias de muchos hospitales, para regocijo de los demagogos que ven la oportunidad de desgastar fácilmente con escenas gráficas al gobierno de turno.
Llevo en gestión sanitaria desde 1993, y en todas las épocas y con todo tipo de de gestores, gobernando rojos o azules, con presupuestos altos y bajos, se reproduce el problema. No tiene nada que ver con los recortes sino con otros factores más profundos que explicaré someramente.
En general, los hospitales se diseñaron para atender una media de urgencias y no para los picos de demanda que se suelen dar en invierno. Si el diseño es de hace años, no se llegó a prever la preponderancia que tendrían las urgencias en los mismos y su alta frecuentación. La gran afluencia a urgencias de los hospitales en España es multifactorial, pero básicamente se debe a que cualquier proceso agudo que sea susceptible de pruebas complementarias suele acudir a urgencias del hospital por falta de capacidad de resolución en otros niveles más cercanos a la población. Si las urgencias no se diseñaron muy amplias, como las que se diseñan actualmente, su capacidad de contener pacientes que han sido ordenados como ingreso cuando aún no hay camas disponibles para colocarlos, pues no se han dado las altas de la mañana, es muy limitada y por ello a veces esperan en pasillos en picos de afluencia invernales. En estos casos, la solución suele ser crear unidades de preingreso donde los pacientes esperan mucho más decentemente a que esté la cama libre o aumentar las salas de observación que actúan como salas de preingreso. También abrir más camas, lo que se hace secuencialmente en función de la necesidad, y esto siempre tiene un límite: cuando ya no hay más para abrir.
La necesidad de camas de hospitalización nunca es homogénea sino que fluctúa con picos máximos en invierno. Por ello es ineficiente mantener siempre todas las camas abiertas de un hospital, ya que una cama pública abierta sin uso consume muchos recursos innecesariamente, que pagamos todos. Pero sí deben abrirse las necesarias para atender la demanda en cada momento. Este tipo de funcionamiento de apertura y cierre de camas en acordeón es el más sostenible para el erario público y perfectamente compatible con atender a todo el que lo necesite, si está bien planificado y hay respuesta rápida a la demanda.
La mayor afluencia a urgencias e ingresos en invierno se produce porque cuando hace más frío se reducen las defensas del árbol respiratorio y por lo tanto hay más infecciones respiratorias. Entre ellas, gripes, neumonías, bronquitis, etc. Estas infecciones son mucho más graves en enfermos con problemas crónicos de salud y defensas bajas. Se suele asociar con la gripe no porque los ingresados sean por gripe, que sí pueden serlo en el caso de gripe A más grave, sino porque la gripe puede favorecer la sobreinfección bacteriana en pacientes crónicos y pluripatológicis que son, a la postre, los que más ingresan. Por ello la tasa de mortalidad en invierno suele ser mucho mayor entre los ancianos que llamamos en el argot socio sanitario frágiles.
Además, el problema de la saturación puntual invernal es más frecuente en aquellas regiones donde no se ha desarrollado un sistema de atención domiciliaria potente y mecanismos de prevención y la atención primaria no controla el proceso asistencial como gestor del paciente con mecanismos de diagnóstico y tratamiento ambulatorios potentes a su disposición. Efectivamente, muchos de estos pacientes son susceptibles de ser tratados en sus casas por equipos médicos y de enfermería desde el principio de su proceso o antes de que se complique o bien a los pocos días del ingreso, permitiendo altas más precoces y una mejor recuperación en el entorno del paciente, donde hay menos riesgo de infección por gérmenes más resistentes como los que hay en hospitales.
Hospitalizar debería ser la última opción, ya que cada vez se estudian más y salen más a la luz los riesgos que conllevan las hospitalizaciones, sobre todo en ancianos frágiles. La atención primaria puede tener un papel fundamental para evitar muchos ingresos: desde mantener la adecuada inmunización y vacunación en mayores hasta el control de los factores de riesgo, y en última instancia, coordinar la atención a domicilio e incluso el proceso morir, que en nuestra sociedad se ha convertido en un proceso hospitalario frío y tecnologizado, cuando debería ser en domicilio y humanizado.
En definitiva, la saturación invernal de los servicios de urgencias es un hecho que lleva ocurriendo desde hace muchos años y que puede ser menor o mayor en cada temporada dependiendo del frío, de la incidencia de gripe y de otras enfermedades respiratorias. Y de cómo esté organizado el sistema de cuidados asistenciales, sobre todo hay más riesgo de que ocurra si está muy centrado en el hospital y menos en la atención primaria, ambulatoria y a domicilio, como debería ser.
Achacarlo a los recortes es oportunismo y demagogia en la inmensa mayoría de los casos: interpretar la realidad de manera que se ajuste a fines de desgaste político y crítica no constructiva.