Este lunes 23 de mayo de 2016
falleció Manuel Marín Ferrer, quien hasta hace pocos meses fue
gerente del Departamento de Salud de la Ribera (Alzira) que incluye el famoso Hospital de la Ribera de Alzira, por ser la primera Concesión Administrativa hospitalaria que se constituyó en España. La precursora del el famosos modelo Alzira que tantos ríos de tinta ha vertido y tan denostado ha sido por ciertos sectores ideológicos y mareas.
Manuel
Marín estaba y estará por encima de esas polémicas. Él era un hombre de valores de los que quedan pocos. Recuerdos nuestras conversaciones entusiastas sobre la
“Gestión por Valores” algo en los que ambos creíamos firmemente. No nos gustaba la “gestión por objetivos” ya que los valores están mucho antes que los objetivos, sin misión y valores no pueden establecerse unos objetivos correctos, y, es más, sin interiorizar una serie de valores y entender que los objetivos derivan de ellos, no se puede aspirar al cumplimiento de los objetivos ni ilusionar con ellos. ¿Bajamos la lista de espera para quedar bien en las estadísticas y que no nos aticen los que nos controlan o vigilan, o realmente lo hacemos para evitar el sufrimiento de la gente que está esperando, con su ansiedad, problemas laborales, dolores miedos, etc.? ¿Tratamos de cumplir el presupuesto para quedar bien con quien nos ha nombrado, o porque sabemos que manejamos dinero público y sabemos que gestionarlo mal y generar déficit es poco ético y nos empobrece a todos?
Si cumplimos los objetivos simplemente porque es lo que nos marcan desde arriba los jefes, si los objetivos son el fin último, nos volvemos maquiavélicos, y sí,
hay mucho maquiavelismo entre los directivos. Sin embargo, si cumplimos los objetivos que derivan de unos valores interiorizados y en los que creemos, lo haremos con verdadera pasión, pero nunca anteponiéndolos a la misión ni a los valores que son los verdaderos Amos o Jefes de nuestra labor cotidiana.
Y esos valores que tenía Manuel Marín y que comparto son: primero mejorar la salud del ciudadano, ante todo y por encima de todo, pensar en su bienestar y en su mejora de calidad de vida; conseguir que los trabajadores estén motivados y sientan que su trabajo es fundamental, que son únicos e imprescindibles; y conseguir que el paciente se sienta cuidado siempre y empoderarlo para que también sea capaz de mejorar su salud y disfrutar de la vida. Sin olvidar el compañerismo, el trabajo en equipo, la dulzura en el trato, la humanidad…
Manuel era una enamorado de los valores y como era enamorado, los vivía con pasión, y como los vivía con pasión los trasmitía y contagiaba.
Manuel por tanto era de esas personas en las que
no puedes separar la parte profesional de la humana (aunque tuviera mucha humanidad y mucha vida personal), simplemente porque era primero humano y esa humanidad impregnaba su profesionalidad, que también era mucha.
Supo
resistir estoicamente los ataques injustos y basados en puros intereses ideológicos contra su persona y nunca respondió con odio o violencia porque carecía de ellas.
Era, en el más extenso y maravilloso sentido de la palabra, un hombre bueno.
Y también era
un valenciano de pura cepa. Si tengo que pensar en las características positivas que produce esa tierra en las personas se me presenta instantáneamente su figura, una tierra que da mediterráneos mucho más alegres que la canción de Serrat, más vivos y coloridos, positivos y emprendedores. Con esa campechanería y cercanía que a la vez no resta un gramo a la seriedad y el cumplimiento.
Una persona luminosa en una tierra luminosa.
Si a los que lo conocíamos como amigos de trabajo nos dejó tan honda impresión y ese sentimiento de orfandad ahora que no está no puedo imaginar el vacío que habrá dejado entre sus más íntimos y sus seres queridos. A todos, muchos de sus compañeros seguramente todos, les acompañamos en el sentimiento, pues no tenía enemigos, ni rivales, simplemente porque él no entraba en esos juegos de egos. Era ya grande de por si y no necesitaba reivindicarse.
Querido Manuel, donde estés puedes estar orgulloso,
que sepas que has dejado huella, pero una huella de amor y ternura, de comprensión y escucha, una huella tremendamente positiva, que es lo mejor que se puede decir de un ser humano.
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