La historia de la
investigación con seres humanos es la historia de un desastre. ¿O es que alguien piensa que cuando el médico de la marina británica
James Lind realizó en 1747, el que es considerado como el primer ensayo clínico de la historia, solicitó un consentimiento informado a los marinos? Lind escogió a doce marineros del buque Salisbury con escorbuto y los dividió en seis grupos, dándole a cada grupo un tratamiento diferente. Este experimento demostró que los cítricos son un tratamiento eficaz para el escorbuto. Medio siglo después, el 14 de mayo de 1796, el médico rural Edward Jenner inoculó a James Phipps, un niño de ocho años, líquido de una vesícula de una ordeñadora de vacas, Sarah Nelmes, afecta de viruela vacuna (de ahí el nombre de “vacuna”). En la publicación '
An Inquiry into the Causes and Effects of the Variolae Vaccinae', Jenner demostraba, por primera vez, la eficacia de una vacuna. El experimento de Jenner, realizado en niños, sin garantías ni estudios previos y con una información a los participantes muy deficiente, hoy serían inaceptable.
El siglo XX está repleto de investigaciones planteadas desde una perspectiva utilitarista, las cuales, vistas con el retrovisor, resultan inadmisibles. Estas investigaciones se realizaban bajo el paradigma de que el beneficio para la población justificaba el daño a una minoría. Habitualmente se trataba de minorías vulnerables, si no marginadas. Es el caso del experimento Tuskegee, donde a centenares de afroamericanos con sífilis de se les privó de penicilina, un tratamiento que les podría haber curado, para conocer la evolución natural de la enfermedad. Murieron decenas de sujetos y muchos mas quedaron con graves secuelas. O los experimentos con
enfermedades venéreas realizados en Guatemala a finales de los años 1940, en los que se escogía, entre otros, a presidiarios y enfermos psiquiátricos. Por no mencionar los experimentos médicos realizados por el régimen nazi. Todos estos
abusos en la investigación, tanto en el primer como en el tercer mundo, repetían el mismo patrón: ausencia de información y consentimiento y selección de poblaciones vulnerables y desfavorecidas.
Una de las polémicas despertadas por las
vacunas para el COVID-19 es determinar si es correcto emplearlas cuando durante el proceso de investigación se han infringido determinados principios éticos. El comité de medicamentos de la
Agencia Europea del Medicamento (AEM) está revisando la vacuna
Sputnik V (Gam-COVID-Vac), desarrollada por el
Centro Nacional de Epidemiología y Microbiología Gamaleya de Rusia. Existen dudas acerca de si los militares y funcionarios rusos participaron libremente en el ensayo clínico. Kirill Dmítriev, director de la organización que ha financiado y que comercializa la vacuna, ha asegurado que nadie ha sido presionado para participar en el estudio. Hace meses se cuestionaron también determinadas vacunas para el COVID-19 por haberse empleado en su fabricación células de fetos abortados.
La vacuna Sputnik V y los principios éticos básicos
Si para desarrollar la vacuna Sputnik V realmente han participado sujetos bajo coacción, ¿debemos rechazar esta vacuna? Desde un planteamiento exclusivamente principialista, existen argumentos para hacerlo, porque se habrían vulnerado determinados principios éticos básicos en investigación, como el derecho a recibir una información completa y a decidir libremente, sin ningún tipo de coacción, si se participa en la investigación. Este planteamiento desde los principios y las convicciones tiene su origen en
Immanuel Kant.
Pero existen
propuestas éticas alternativas, como el utilitarismo. Jeremy Bentham y John Stuart Mill consideraban que la acción correcta es aquella que produce mejores efectos en la mayor cantidad de personas. Los principialistas tildan a los utilitaristas de relativistas, porque para ellos no importan tanto los principios a respetar a priori, sino la estrategia a seguir para obtener el mejor resultado. El utilitarista juzgará que mentir es malo en ciertas circunstancias y bueno en otras, dependiendo de las consecuencias. Las investigaciones de los siglos XIX y XX nombradas se basaban en un
utilitarismo mal entendido, porque consideraban que el beneficio para una gran comunidad justificaba dañar a unos cuantos sujetos. Pero el utilitarismo no debe ser ciego a ciertos principios y valores.
"La historia de la investigación médica ha llevado a que se construya una ética de la investigación fundamentada en principios"
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La historia de la investigación médica ha llevado a que se construya una ética de la investigación fundamentada en principios. Aunque las consecuencias son importantes, para que una investigación sea aceptable se deben respetar determinados principios y normas. No obstante, la pregunta con la vacuna Sputnik V es diferente. No se trata de elegir entre principios y consecuencias.
Es evidente que debemos respetar determinados principios y buscar, además, los mejores resultados. El problema ahora es dilucidar qué hacer con los resultados de una investigación que éticamente ha sido deficiente. La misma pregunta que se realizaban aquellos contrarios usar los resultados de una investigación donde se han empleado células de fetos abortados, a pesar de que los cultivos celulares provinieran de abortos espontáneos (es decir, no se indujo el aborto para investigar). El
filósofo utilitarista Peter Singer señala que no le debemos dar la espalda a la realidad: “a un utilitarista nunca se le podrá acusar acertadamente de falta de realismo, o de adhesión rígida a ciertos ideales con desprecio de la experiencia práctica”. Una de las críticas que han recibido las éticas fundadas en principios generales y en imperativos morales es que, además de resultar excesivamente abstractas, están alejadas de los problemas concretos y, con frecuencia, no los resuelven.
Estándares éticos para toda investigación
¿Desechamos las aportaciones del
estudio Willowbrook, llevado a cabo entre 1956 y 1970 y donde se infectaron a cientos de niños con déficit cognitivo para conocer la historia natural de la hepatitis y una eventual vacuna? Desgraciadamente, la historia humana está repleta de casos como los de Tuskegee, Willowbrook y, quién sabe, si el de la vacuna Sputnik V. Aprovechar los bienes de la ciencia, en este caso de la medicina, es un deber moral. Los experimentos de los nazis y otros como los de Tuskegee y Willowbrook han servido para regular la investigación con seres humanos y
es indudable que debemos procurar que toda investigación cumpla unos estándares éticos. Si al investigar para obtener la vacuna Sputnik V se han infringido principios éticos, se debe sancionar a los responsables y en el futuro tendremos que estar aún más vigilantes. Pero si realmente la vacuna es eficaz -veremos qué dice la AEM-, desecharla supondría también contravenir ciertos principios y valores éticos, por ejemplo el deber de cuidado de la salud y de prevención de la enfermedad.
Si el rigorismo de Kant nos termina paralizando, tal vez debamos escuchar también a Stuart Mill.
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