La
salud, que interesa a las personas porque les da vida, y a los políticos porque les da votos, es cada vez más
global. Las amenazas de epidemias por ébola y otras enfermedades infecciosas, la crisis de refugiados en Europa, los daños a la salud provocados por el fraude de Volkswagen y el cambio en ciernes de reglas del juego económico y comercial entre Estados Unidos y Europa, que se dirime en el TTIP, son cuatro ejemplos en los que la salud global se ve afectada. Es necesaria la protección contra los retos globales que traspasan las fronteras de los países y están más allá de las competencias de los gobiernos. Por eso, la
Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (Sespas), que presido, está imbricada en redes europeas y mundiales de salud pública que se posicionan activamente en torno a esos problemas. En la página web de Sespas se puede acceder a los documentos.
Por otra parte, cada vez resulta más claro que los problemas de salud de las poblaciones son complejos con múltiples causas y efectos, y requieren
trabajo multidisciplinar. Por ello, Sespas es una asociación científica multidisciplinar, en la que la epidemiología, la economía, la gestión sanitaria, la ciencia jurídica y la sanidad ambiental entre otras colaboran en el análisis de los problemas de salud pública y en sus soluciones, más allá de los corporativismos. Sespas agrupa hoy a 12 sociedades federadas, siete temáticas y cinco territoriales. Tenemos intención de seguir creciendo. Con unos cuatro mil miembros individuales procedentes de entornos profesionales y formación de base muy diversos, trabajamos juntos para combinar ciencia, acción y conciencia. Basándonos en análisis rigurosos y método científico,
abogamos proactivamente por la salud, intentando contrarrestar la tendencia imperante a que sean los grupos de interés los que definen la agenda política.
Queremos dar voz a la sociedad civil a través de nuestro conocimiento técnico, aportar inteligencia a la salud pública, poner nuestro granito de arena para mejorar la calidad de la democracia.
En esta sociedad progresivamente medicalizada es frecuente la confusión entre salud y sanidad. Se intenta producir salud intensificando las prestaciones sanitarias, pues la población es muy sensible a los recortes en sanidad y a los indicadores visibles de deterioro de las listas de espera. Pero posiblemente sea más eficiente producir salud con otras políticas no sanitarias –laborales, de vivienda, medioambientales, urbanas o de transporte- El movimiento Salud en Todas las Políticas aboga por esta vía.
Si buscamos la solución únicamente en la sanidad es como si buscaras alrededor de la farola la moneda que has perdido en la oscuridad. Allí donde buscas hay luz, pero no está tu moneda.
El sistema sanitario está profundamente imbricado con la política, el gasto sanitario representa en torno al 40 por ciento de los presupuestos de las comunidades autónomas en España, y el sector ha sufrido más los recortes de la crisis que otros sectores.
La sanidad es un arma electoral de gatillo fácil, con promesas incrementalistas –más de lo mismo-, que son atractivamente asimilables para el elector. Pero el sistema necesita cambios en su arquitectura institucional –encaje entre las comunidades autónomas y el nivel central: coordinación asistencial entre niveles y entre sanidad y dependencia; revisar la financiación y las reglas del juego para definir la cartera de servicios, entre otras medidas que han sido propuestas en varios documentos de nuestras sociedades-.
Como país,
solemos afrontar los problemas nuevos con soluciones ad hoc, improvisadas al albur de los acontecimientos. Un ejemplo que pasará a la historia es el de los nuevos fármacos antivirales para tratar la
hepatitis C. Una agencia independiente de evaluación de tecnologías con capacidad decisoria, como la que tienen 10 de los 15 países de la EUR-15, habría conseguido afrontar el reto de la cobertura de estos fármacos muy eficaces pero muy costosos con criterios socialmente aceptados y transparentes.
Tenemos retos que sólo podrán resolverse a largo plazo, pero vayamos contribuyendo desde ahora a poner el rumbo correcto:
profundizar en la cultura de la evaluación de las políticas públicas, y de la priorización; avanzar hacia una cultura en la que se compartan las responsabilidades, financieras y no financieras, entre los grupos de agentes implicados. Que los profesionales se hagan co-responsables de las consecuencias económicas de sus decisiones; que la industria comparta con el sistema público de salud el riesgo de sus tratamientos (si un nuevo fármaco prometedor resultara no lograr el efecto prometido, la compañía tendría que devolver parte de lo cobrado); que los pacientes se sientan responsables de su vida y no deleguen el control en su médico…
A corto plazo, ya se pueden hacer algunas cosas por la salud de la población, empezando por cumplir la
Ley General de Salud Pública que con tanta ilusión y unanimidad aprobó el parlamento a finales de 2011, pero en la práctica ha quedado reducida a pieza decorativa para lucir. La inteligencia en Salud Pública, red interconectada irrigada con agencias independientes que evalúen y propongan; la materialización de la Salud en todas las políticas, empezando por exigir informes de impacto en salud de los cambios regulatorios en infraestructuras, transporte y otras políticas; o la atención a la iatrogenia, son ejemplos concretos en este sentido.
No hay nada más personal, íntimo e individual que la salud. El dolor físico y el sufrimiento por la enfermedad no se pueden transferir a otros seres humanos. No hay nada tan individual como la propia muerte. Pero la salud de la población importa a la sociedad, y también necesitamos saber cómo conseguir más valor para el dinero que gastamos en salud, como sociedad y como sistema público, dentro y/o fuera del sistema sanitario. A esas grandes cuestiones contribuimos desde Sespas con un
enfoque no interesado, multidisciplinar y transversal, que aboga por la salud sin olvidar los otros grandes objetivos de la sociedad: mediante la combinación de ciencia, acción y conciencia.
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