De un tiempo a esta parte cuando un médico nombra
la palabra vocación, puede llegar a ser lapidado en alguna red social sin ningún miramiento, como si la vocación fuese sinónimo de explotación laboral.
Cuando se habla de la profesión médica, especialmente en el contexto rural, es común que surja el término "vocación". Este concepto, que
para muchos resulta esencial en la definición de lo que significa ser médico, está profundamente relacionado con la entrega, el compromiso y el sentido de servicio hacia los demás. Sin embargo, en los últimos años se ha intensificado una lucha paralela en el sector sanitario:
la dignificación de la profesión médica. Esto lleva a una pregunta crucial: ¿son la vocación y la dignificación conceptos opuestos, o se retroalimentan de manera inseparable?
Desde una perspectiva clásica, la
Medicina siempre ha sido considerada una profesión vocacional. Para muchos médicos, la idea de ayudar a quienes más lo necesitan, de aliviar el dolor y de ofrecer esperanza en momentos de incertidumbre, es el principal motor que impulsa su carrera. Este compromiso incondicional es especialmente visible en
el entorno rural, donde el médico no solo es un proveedor de salud, sino también un referente social, una figura de confianza en comunidades pequeñas donde el acceso a la sanidad es, en ocasiones, limitado y las circunstancias pueden ser más adversas.
No obstante, la vocación no puede, ni debe, ser utilizada como
una excusa para tolerar condiciones laborales deficientes. En demasiadas ocasiones, la entrega desmedida de los médicos, su compromiso con los pacientes y su vocación de servicio han sido aprovechados por la administración sanitaria que no ha sabido (o querido) garantizar unas condiciones de trabajo dignas. Horarios interminables, recursos insuficientes, salarios que no reflejan la responsabilidad y la carga emocional de la profesión y, en el caso particular de los médicos rurales, un aislamiento geográfico y social, son algunas las dificultades a las que se enfrenta el colectivo sanitario.
"Una Medicina sin vocación es fría y distante, pero una vocación sin dignidad está condenada al agotamiento y el fracaso"
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La vocación es un motor, pero
no debe ser confundida con la resiliencia infinita. Ningún profesional, por mucho que ame su trabajo, puede ofrecer una atención de calidad si sus condiciones laborales son precarias. Porque, al final, la vocación sin dignidad se agota, y una profesión sin vocación pierde su esencia.
De hecho, si nos remitimos al concepto de "vocación"; en su definición más pura, éste implica no solo un compromiso hacia los demás, sino también una autorrealización personal.
Un médico que trabaja en condiciones indignas, bajo una presión constante y con un agotamiento físico y mental acumulado,
no puede experimentar esa plenitud profesional, lo que finalmente se traduce en una atención sanitaria deficiente.
En el ámbito rural, las dificultades se agravan aún más. La falta de recursos humanos y materiales, la soledad profesional la lejanía de los centros hospitalarios y de las grandes ciudades, también en muchas ocasiones,
la imposibilidad de desconectar del rol profesional debido a la cercanía con la comunidad, hacen que la sobrecarga emocional sea intensa.
Para que un médico rural (o de cualquier entorno) pueda desarrollar plenamente su vocación,
es necesario que exista un marco laboral que le permita hacerlo en condiciones óptimas. En este sentido, la lucha por la dignificación de la profesión médica no es una batalla contraria a la idea de vocación. Al contrario, es una defensa activa de la vocación misma.
"Para que un médico rural pueda desarrollar plenamente su vocación, es necesario que exista un marco laboral que le permita hacerlo en condiciones óptimas"
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A la luz de todo esto, la pregunta no es si la vocación médica es suficiente para justificar las malas condiciones laborales, sino más bien
cómo garantizar que la vocación de miles de profesionales sanitarios no sea traicionada por sistemas que no los valoran. La dignificación de
la profesión médica es un imperativo no solo por el bienestar de los médicos, sino por el de todos los pacientes que dependen de ellos.
Porque una Medicina sin vocación es fría y distante, pero una vocación sin dignidad está condenada al agotamiento y al fracaso. En resumen, la vocación médica y la lucha por la dignificación profesional no son conceptos enfrentados. Más bien, son las dos caras de una misma moneda. Y en este delicado equilibrio,
se juega no solo el bienestar de los médicos, sino la calidad de la atención sanitaria en su conjunto.
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