Soy
médico de un pueblo y vivo en él, desde hace más de 35 años, ejerzo en Cañada Rosal, un pueblo de la provincia de Sevilla, donde la
medicina no se practica con bata impoluta en un gran hospital, sino con las mangas arremangadas, montando en bicicleta para ir a la casa de los pacientes, en la puerta del centro de salud, en la calle o entre los olivos si hace falta. Es una medicina de contacto, personalizada, de sacrificio, de entrega y compromiso.
Mi hija ha crecido viendo como ejercía de esta manera la medicina.
No la incité nunca a seguir mis pasos, pero lo hizo. Se hizo médica y ha superado la oposición MIR con el sacrificio que esto supone y ahora
debe elegir su especialidad y destino. Sin embargo, dentro del abanico de opciones que tiene, hay una certeza absoluta en su decisión:
no quiere ser médica de atención primaria en un centro de salud, y mucho menos en un pueblo.
La entiendo. ¿Quién querría enfrentarse a nuestras interminables
jornadas de guardia, con el teléfono sonando a cualquier hora porque alguien ha sufrido un infarto, una caída o una crisis asmática grave? ¿Quién desearía asumir la responsabilidad de saber que, si no responde rápido,
la única alternativa del paciente es una ambulancia que tarda demasiado? ¿Quién soportaría que el agradecimiento de algunos vecinos se mezcle con la ingratitud de otros, molestos porque no se les extendió una
baja laboral más allá de lo necesario? ¿Quién aceptaría que su hogar dejara de ser un refugio para convertirse en una extensión de la consulta, donde conocidos y desconocidos llaman a la puerta en busca de un consejo o una urgencia a cualquier hora?
"No quiere ser médica de Atención Primaria en un centro de salud, y mucho menos en su pueblo"
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Ser médico rural viviendo donde se trabaja, es entregarse a una comunidad y a un sistema que exige mucho, pero ofrece poco reconocimiento.
No hay prestigio ni tecnología avanzada, ni equipos multidisciplinares con quienes debatir casos complejos, aunque sí una gran dosis de romanticismo. A menudo, se trabaja en solitario, tomando decisiones cruciales sin una red de apoyo inmediata. Los recursos son limitados, los edificios donde se ubican los centros de salud antiguos y en condiciones precarias, la burocracia asfixiante y el sentido común, demasiadas veces, está relegado a un segundo plano.
Pero, sin embargo, hay algo que en la medicina de otros sitios mayoritariamente se ha perdido: la cercanía y la relación especial con los pacientes. Aquí no hay pacientes anónimos, hay nombres, historias, familias. He visto niños desde su nacimiento a los que luego he atendido de adultos. He acompañado abuelos mientras se iban en paz porque sabían que su médico de siempre estaba allí, al lado de su casa. He sido el médico, pero también confesor, casi psicólogo, mediador, vecino y amigo.
"Hay algo que en la Medicina de otros sitios mayoritariamente se ha perdido: la cercanía y la relación especial con los pacientes"
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Mi hija no quiere esta vida, y no la culpo.
Ser médico de pueblo integrado en la comunidad es un sacrificio que pocos están dispuestos a hacer. Pero si algún día este tipo de medicina, arraigada en otros tiempos, pesa más que la comodidad de otras formas de ejercerla y de vivirla, si en algún momento decide mirar detenidamente a los ojos de sus pacientes y conocerlos por su historia, porque son vecinos, amigos y no por su número de historial clínico, por el nombre de su enfermedad o por el número de habitación, entonces sabrá que la medicina rural ejercida desde la propia comunidad, con todas sus penurias, también tiene una integralidad, una dignidad y una belleza difícil de encontrar en otros contextos.
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