La revista
The Lancet acaba de publicar un estudio sobre la
obesidad en los
Estados Unidos de América cuya lectura evoca las escenas de aquella nave espacial en la que los humanos supervivientes --los que lograron escapar de la tierra antes de que se convirtiera en un vertedero inhóspito en el que el autómata Guali (
Walle) se dedicaba a depositar ordenadamente los residuos-- han engordado tanto que tenían que desplazarse tendidos sobre unas planchas rodantes.
La investigación -- patrocinada por la
fundación de Bill y Melinda Gates-- mediante 134 fuentes de datos y recurriendo a sofisticados modelos de simulación estima la tendencia de
sobrepeso y obesidad en cada uno de los cincuenta estados desde 1990 hasta 2050 pasando por 2021. Y los resultados son francamente espectaculares. Por ejemplo, la
prevalencia de obesidad entre las jóvenes entre 15 y 24 años pasaría del 10% en 1990 al 38% en 2050 pasando por el 29% en 2021. y en varones mayores de 25 años del 19% al 55%.
La precisión predictiva de este tipo de estudios depende de muchos factores, por lo que su relevancia no tiene que ver tanto con el acierto en el pronóstico sino con la identificación de la influencia potencialmente determinante de algunos factores reconocidos en la
evolución temporal del problema.
Los autores del estudio de The Lancet reconocen la necesidad de una aproximación política como la de 'La Salud en todas las Políticas'
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Además de los
factores genéticos y endocrinológicos, resultan decisivas las condiciones de vida que favorecen el sedentarismo y la alimentación inadecuada, entre los cuales la urbanización, la agricultura, el trabajo o incluso las relaciones humanas, como destacó el célebre estudio, publicado en el
New England Journal of Medicine, en el que la probabilidad más elevada de padecer obesidad -- luego de los oportunos ajustes estadísticos-- la experimentaban aquellas personas cuyas amistades eran obesas. Sea dicho lo anterior sin restar importancia a los
problemas socioeconómicos y deficiencias culturales que padecen los estratos sociales más desfavorecidos y que propician el
consumo excesivo de grupos de alimentos considerados poco o nada saludables y que favorecen el sobrepeso y la obesidad.
Dada esta complejidad estructural los autores del estudio del
Lancet reconocen la necesidad de una
aproximación política como la de '
La Salud en todas las Políticas' que pueda imponer cambios estructurales multisectoriales. Ya que las intervenciones puramente asistenciales han tenido, al menos hasta ahora, muy poco éxito.
Fármacos contra la obesidad, ¿son la solución?
Claro que los
recientes descubrimientos de fármacos capaces de reducir efectivamente el peso de las personas que los utilizan parecen haberles inyectado ciertas dosis de esperanza en relación a las posibilidades de
control de la obesidad ya establecida. Aunque, como nos enseñó Spinoza, a menudo la esperanza es una ilusión que resulta frustrante.
Aun admitiendo las potenciales utilidades de los distintos medicamentos que han ido apareciendo en los últimos tiempos, cabe constatar que las
intervenciones asistenciales, incluso en los sistemas sanitarios de cobertura pública universal, padecen lo que
Julian Tudor Hart denominó ley de cuidados inversos, es decir que quienes se benefician de ellas son los que menos las necesitan; lo cual supone un riesgo notorio de ineficiencia y de inequidad. Riesgo que podría incrementarse si, como se sospecha, sus efectos fueran solo temporales.
Tampoco hay que olvidar que el conocimiento sobre los posibles problemas causados por estos compuestos es, como no puede ser de otro modo, limitado y probablemente insuficiente. Por lo que la generalización de este tipo de tratamientos, como se está planteando en el
Reino Unido, no debería considerarse como la solución principal del problema si no como una herramienta más a sumar en el conjunto de
una estrategia global que, en cualquier caso, ha de ser objeto de una supervisión mucho más estricta que la habitual, sobre sus resultados y todavía más sobre las eventuales interacciones farmacológicas y
efectos secundarios indeseables de estos medicamentos.
Desde el
sistema sanitario, no obstante, también resulta factible contribuir a la mejora de la salud comunitaria, mediante actividades de protección y promoción de la salud de la población, entre las cuales destaca la denominada
prescripción social mediante la cual los servicios de atención primaria y comunitaria principalmente actúan como promotores de los activos de salud de las respectivas comunidades y asociaciones ciudadanas facilitando la adopción de comportamientos saludables, en este caso en el ámbito de la cultura y
hábitos alimentarios.
Unas influencias que desde las distintas
instituciones de la salud pública, gubernamentales, académicas o civiles, pueden concretarse en políticas públicas sectoriales, como por ejemplo, la utilización de una información dietética clara en los productos alimenticios; la generalización de tácticas promotoras de alimentación saludable en el ámbito de la restauración -- que no implican restricciones inexorables pero que facilitan optar por las alternativas más favorables, lo que en inglés se denomina to nudge, el empujoncito-- o los
programas de educación y alimentación escolar que se llevan a cabo en algunas autonomías o, de forma más radical, las políticas fiscales y las estrategias globales sobre agricultura; urbanización o transporte.
Todo lo cual resultaría de aplicación en nuestro ámbito puesto que la tendencia que experimenta el exceso de peso y la obesidad en nuestras poblaciones no es muy distinta, al menos aparentemente, que la que denuncian los colegas americanos en el informe publicado por
Lancet al que nos referíamos al principio.
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