Opinión

El buen quehacer médico y los problemas del sistema sanitario


Amando Martín Zurro, especialista en Medicina Familiar y Comunitaria; y Andreu Segura Benedicto, epidemiólogo y especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública
Firmas

06 noviembre 2024. 07.00H
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Con mucha frecuencia --demasiada tal vez-- resuenan en los ámbitos sanitarios y en los medios de comunicación social, tanto generales como profesionales, aseveraciones y hasta proclamas sobre la imposibilidad de practicar la Medicina y, en general, las profesiones clínicas en el seno de un sistema sanitario con múltiples y graves deficiencias y problemas conceptuales, de orientación, organizativas y de recursos humanos y materiales.

Y sin negar la importancia del entorno sobre las actitudes y las conductas personales sobre la práctica profesional, en este caso, de la intensa influencia de las circunstancias que caracterizan nuestra sanidad, conviene advertir que, en ocasiones y con independencia de la intensidad de la presión del contexto, la percepción de que tal situación es un obstáculo invencible frente al cual no hay más posibilidad que resignarse, además de resultar desmotivadora, puede encubrir el malestar y la frustración atribuibles a la responsabilidad que nos corresponde como elementos sustantivos del sistema sanitario. Mucho menor que la que atañe a otros agentes implicados pero no nula.

Claro que como cualesquiera seres humanos tendemos a acogemos a la ley del mínimo esfuerzo y a reconocer antes, o en lugar, de las propias, las insuficiencias de los demás. Lo que ahorra reflexionar sobre si nuestros comportamientos responden a los principios y fines de las profesiones que hemos elegido ejercer. 

La esencia está sintetizada magistralmente en el informe del Hasting Centre coordinado por Daniel  Callahan y titulado 'Los fines de la Medicina' (del que desde hace veinte años ya, está disponible una traducción de la Fundación Grífols a la que se puede acceder directamente ). Insistían los autores -- Diego Gracia entre ellos-- que no hay que dejarse anegar por la avalancha tecnológica, ni tampoco limitarse a adaptar nuestras actuaciones a la dictadura de las máquinas y los protocolos rígidos e insensibles, porque no se debe postergar la vertiente humana de la interacción con los pacientes.

Y es que la aportación de los elementos técnicos, sean preventivos, diagnósticos o terapéuticos, no dejan de tener un carácter instrumental, es decir que deben estar siempre al servicio del bienestar y calidad de vida de las personas que tenemos ante nosotros.

Las consideraciones previas motivan nuestra inquietud al percibir que grupos significativos de colegas pretenden “externalizar” sistemáticamente las responsabilidades en la génesis y consecuencias de los problemas asistenciales en los políticos y gestores del sistema sin asumir las propias, como colectivo y de forma individual.

"Los médicos (como las otras profesiones sanitarias) no podemos mantener actitudes pasivas y acomodaticias ante los problemas del sistema sanitario"


La profesión médica, con independencia de sus clásicas y controvertidas connotaciones vocacionales, debe traducirse en la práctica cotidiana en algo más que en la simple aplicación práctica de sus elementos técnicos competenciales. Que son solo -- lo que no es poco-- meras herramientas para dar cumplimiento al objetivo esencial de la profesión, que no es otro que el de dar respuesta efectiva y eficiente a la demanda de acompañamiento y ayuda de la persona / paciente, tanto desde la perspectiva individual como familiar o poblacional.

Por todo ello, los médicos (como las otras profesiones sanitarias) no podemos mantener actitudes pasivas y acomodaticias ante los problemas del sistema sanitario y seguir justificando casi exclusivamente nuestras insuficiencias y errores en las imposiciones emanadas desde las esferas política y de la gestión. Actuar de esta manera implica hacer renuncia expresa del deber primordial de la profesión como instrumento útil de ayuda para el alivio del sufrimiento personal y colectivo.

No se trata de obligar a la transformación en activistas de una parte más o menos significativa de los médicos.
Estamos hablando de la necesidad de que cada uno de nosotros reflexionemos acerca de si, con independencia del marco político, profesional y laboral en el que nos encontremos, seguimos aplicando los principios esenciales del buen quehacer médico y, por tanto, contribuyendo de forma efectiva a aliviar el sufrimiento de nuestros semejantes. Y, en todo caso, sin escudarnos o disculpar sistemáticamente nuestras propias insuficiencias en los problemas del entorno.
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