Cuando hablamos de los
"héroes" sanitarios, la imagen que se proyecta en la mente de la mayoría tiende a ser unánime:
médicos, enfermeros y auxiliares corriendo junto a una camilla, todos ellos con su equipo de protección individual, entrando en tropel en una
UCI abarrotada para reanimar apasionadamente a un paciente moribundo. Casi se puede escuchar al fondo la música tensa que abunda en tantas series televisivas sobre hospitales, así como el sonido de las ambulancias y los monitores. Y, sin embargo, no siempre se ayuda así.
Como en todo, hay mucho, mucho más detrás.
Hoy he venido a hablar de los grandes olvidados:
los médicos de Familia. No sólo porque, al ser mi especialidad, me lo debo a mí y a mis compañeros. Sino que, dado que yo misma pertenezco a este colectivo, conozco de buena tinta el papel que estamos ejerciendo, en muchos aspectos totalmente desconocido para la sociedad.
En primer lugar, deberíais saber que el grueso de las Urgencias hospitalarias, al menos en nuestro país, lo llevan los médicos de Familia. Sí, esos que muchos piensan que, dado que
"fueron las peores notas del MIR", sólo sirven para "hacer recetas". Pues ahí estamos, al pie del cañón, habitualmente en las plantas bajas de los hospitales, entre boxes, atendiendo no sólo a pacientes con
coronavirus Covid-19 – ergo sometidos a una enorme exposición – sino también a todo tipo de patología que hoy parece pasarse por alto en los titulares, pero que sigue viniendo: hemorragias digestivas, politraumatismos, infartos… Todo cuanto entra por la puerta, en su mayoría, es visitado (¡y normalmente estabilizado!) en primera instancia por esas "peores notas del MIR" que hoy juegan en primerísima línea de batalla. Pero esto no acaba aquí.
"Esas 'peores notas del MIR' juegan hoy en primerísima línea de batalla contra el coronavirus Covid-19"
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Todos conocemos los centros de salud. A priori son lugares tranquilos, donde los ancianos se congregaban en las salas de espera para hablar con "su médico", donde los enfermeros les miraban el Sintrom y la tensión, donde se respiraba tranquilidad, cercanía. Bien, esa cercanía persiste, pero en lo que hoy se ha transformado en un auténtico campo de batalla. Las consultas telefónicas abundan, sí, pero muchas de ellas tienen el propósito de orientar, diagnosticar y tratar a los pacientes sin necesidad de que acudan a consulta y se infecten con este enemigo invisible llamado
Covid-19.
Por otro lado, también telefoneamos a pacientes con posible coronavirus a quienes recomendamos quedarse en casa, a fin de comprobar que continúan estables y/o mejorando. No derivamos a un paciente al hospital o a su hogar y nos olvidamos. Continuamos teniéndolos presentes, siempre pendientes de su evolución.
Sin embargo, no es nuestro papel estar únicamente al teléfono, sino que vamos más allá. Bastante más allá, de hecho:
Primeramente,
cubrimos las urgencias de nuestro centro de salud. Habéis leído bien,
no sólo urgencias hospitalarias; también urgencias de Atención Primaria: Esto significa que, al igual que en el hospital – pero habitualmente con menos recursos – visitamos a todos cuantos vengan: desde un dolor de espalda hasta, efectivamente, un coronavirus. Sobre nuestros hombros cae la responsabilidad de decidir quién se ha de aislar en casa (con seguimiento telefónico y/o domiciliario si precisa, del cual hablaré más adelante) y quién ha de ir al hospital. Nosotros somos quienes vemos a personas llegar con sintomatología muy leve, pero también quienes enviamos rápidamente a alguien a la UCI.
Nuestra velocidad de diagnóstico, por supuesto
expuestos al virus (pues debemos visitar al paciente, auscultarlo y realizarle pruebas complementarias en caso de disponer de los medios para ello), es crucial a la hora de evitar la saturación de los servicios de Medicina Interna o Medicina Intensiva, entre otros. Jugamos con nuestros conocimientos, que no se centran en un sólo órgano o sistema, sino en la persona en su totalidad (edad, patologías previas y clínica actual).
Y nos marchamos a casa tras turnos interminables, con la incertidumbre de si el paciente que enviamos al hospital se salvará, o si aquel que recomendamos quedarse en casa no hará una neumonía bilateral de un momento a otro. No es un papel desdeñable.
"Vamos a vuestro hogar para tomaros de la mano, para paliar vuestro sufrimiento"
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Por otro lado,
también seguimos visitando en consulta a "nuestros" pacientes, siempre que ellos lo requieran. Teniendo en cuenta la proporción de población en nuestro país que es añosa, muchos de nuestros compañeros sanitarios han lidiado además con el fallecimiento de ancianos – y no tan ancianos – que hace dos meses les traían bombones al ambulatorio. No es una estampa agradable. Pero somos quienes presentamos el vínculo más estrecho con los pacientes, y no sólo debemos soportar la pena de ver cómo algunos de los nuestros se van para siempre, sino apoyar psicológicamente a sus familiares
, muchos de los cuales también son pacientes y confidentes nuestros.
No obstante, la labor de los médicos de Familia no radica únicamente en cubrir urgencias hospitalarias, urgencias y consultas del centro de salud y consultas telefónicas: también realizamos, como he señalado antes, visitas a domicilio. Somos quienes vamos a auscultar a esa señora octogenaria que aqueja fiebre y ahogo y no es capaz (ni debe) salir de casa. Porque,
con esa visita, tal vez podamos diagnosticarla rápido y enviarla al hospital lo antes posible para salvar su vida.
Somos los que nos recorremos las ciudades, hasta hace poco prácticamente desiertas, para ayudar y proteger a los más vulnerables.
No os atendemos sólo en boxes y en camillas, sino que vamos a vuestro hogar para tomaros de la mano junto a vuestra cama, para paliar vuestro sufrimiento y para evitar que tengáis que salir. Y esto no sólo se realiza en viviendas habituales. Somos, a su vez, los encargados de muchas residencias de ancianos: certificamos fallecimientos, pero también acudimos raudos a dichos centros para evitar dichos fallecimientos a toda costa (de nuevo a base de explorar al paciente y orientar el diagnóstico).
"Somos los que nos recorremos las ciudades, hasta hace poco prácticamente desiertas, para ayudar y proteger a los más vulnerables"
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Todos estamos arrimando el hombro. Y, desde luego, no seré yo quien desprecie la encomiable labor de los intensivistas, neumólogos, internistas y otras especialidades maravillosas que se están dejando la piel en esta crisis sanitaria. Todos ellos cuentan con mi respeto y admiración. Cada sanitario lo vale. Y no sólo sanitarios: equipos de limpieza, de cafetería… nadie es prescindible. Y, por algún motivo, los "médicos de Familia" continuamos siendo soslayados. No queremos que nos llaméis "héroes".
Somos trabajadores.
Pero también seres humanos.
Humanos que, con independencia de la nota del MIR, habríamos escogido esta especialidad por vocación incluso quedando en el puesto número 1. Este no es un concurso de quién trabaja más, o quién se expone más al coronavirus. Pero sí un alegato a una especialidad que es mucho más de lo que la gente cree.
Una especialidad en la que se requieren amplios conocimientos sobre un inmenso número de patologías. Una especialidad en continua actualización, que no sólo apoya al paciente en cuanto a patología física, sino también emocional. Una especialidad que hoy combate en primera línea en boxes de hospitales, de ambulatorios, en domicilios y en residencias de ancianos. Una especialidad cuyo principal propósito es proteger, cuidar y salvar a algo infinitamente más importante que un corazón o unos pulmones:
las personas.
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