Los cambios sociales, laborales y científicos actúan a tal velocidad que han conseguido redefinir con fuerza los moldes profesionales que existían hasta ahora, incluso dentro de las profesiones sanitarias. Adaptarse a corto plazo es muy difícil y los conflictos, que surgen como heridas a flor de piel, perjudican sobre todo a unos pacientes desorientados. La polémica entre los psicólogos y los coaches sobre los límites que cada cuál debería respetar es un buen ejemplo de ello.
El mínimo común denominador de la discusión es que los coaches o entrenadores deben asumir que, como dice el psicólogo y coach de la consultora Isavia, Ovidio Peñalver, “no están para diagnosticar patologías, para realizar evaluaciones y mediciones de tests psicométricos y para tratar mediante una terapia trastornos psicológicos importantes”. Saben que, en esas circunstancias, tienen que referir a sus clientes inmediatamente a un terapeuta, y eso es exactamente lo que hacen profesionales como la prestigiosa coach internacional Susana García Pinto.
Según ella, hay que estar muy atentos “durante las sesiones a algún indicio de que la persona no está en plenitud de facultades psíquicas” o a “reacciones emocionales descontroladas o desproporcionadas”. La experta recuerda que esto no es opcional: se lo exige el código deontológico de organizaciones de certificación de referencia como la International Coaching Federation a la que ella, por ejemplo, pertenece.
José Antonio Luengo, vicesecretario del Colegio de Psicólogos de Madrid.
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El problema es qué ocurre cuando los entrenadores o forman parte de organizaciones que no incorporan esas normas en sus códigos o, simplemente, optan por no cumplirlas aunque perjudiquen a sus clientes. José Antonio Luengo, vicesecretario del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid, afirma que “al no existir un colegio oficial de coaches que vigile las buenas prácticas, es muy difícil investigar y sancionar a quienes actúan mal”.
El otro pilar de este mínimo denominador común es que los coaches consideran que los psicólogos no tienen ningún motivo para sentirse amenazados cuando se ocupan de la formación de ejecutivos en habilidades como el liderazgo, la creatividad, la comunicación, la gestión de equipos, la motivación, la búsqueda de trabajo, la marca personal o el diseño de un plan de acción para alcanzar nuevas metas laborales.
Éste es el caso de García Pinto cuando ayuda, a través de su consultora 'Trusting your Talent' en Londres, a profesionales que quieren desarrollarse mejor e imparte talleres y programas de liderazgo y comunicación en todo el mundo para empresas como Adidas, Avaya o Ashaland.
Hasta aquí todo está claro, y son muy pocos los que discuten ese pacto de mínimos que permite convivir pacíficamente a los dos colectivos. El problema –y la polémica– empieza cuando entramos en lo que se denomina el ‘Life Coaching’ (LC), que consiste en ayudar a afrontar y resolver cuestiones claves para recuperar la felicidad o satisfacción que hemos dejado de sentir en nuestras vidas.
Indignación
El LC indigna especialmente a David Pulido, psicólogo clínico del gabinete Álava Reyes y profesor del master de Psicología Clínica del Instituto Terapéutico de Madrid, porque considera, primero, que “no tiene base científica y puede hacer daño o, al menos, no ayudar a los pacientes” y, segundo, que “no aporta nada a la terapia Psicológica cognitiva-conductual”, porque ésta también “se marca objetivos a corto - medio plazo y establece un plan de acción”. Otra cosa, concluye, “es que no hayamos sabido explicarlo bien”.
El psicólogo clínico David Pulido.
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José Antonio Luengo recuerda que “los coaches de vida utilizan muchas veces metodología, conocimientos y prácticas de la Psicología sin que les exijan más formación que un curso de postgrado”. Cabe preguntarse, afirma, por qué no se les pide la licenciatura y el máster de especialización que se requieren a los psicólogos si los instrumentos que utilizan y los fines coinciden muchas veces.
Por supuesto, también existen muchas ocasiones en las que no coinciden. Ovidio Peñalver asegura que el abrumador éxito del 'coaching' se debe a tres grandes novedades. Las dos primeras son que ofrecen “un método socrático que asume que el paciente tiene casi todas las respuestas en su interior y una mirada que se preocupa, sobre todo, del presente y del futuro y no tanto del pasado”.
La tercera es que, según él, buena parte de los psicólogos siguen focalizándose en las patologías y los enfermos, mientras que el coaching es una búsqueda de soluciones para personas sanas. Por eso, los pacientes de los coaches son sólo clientes.
Susana García Pinto matiza igualmente que ella se centra únicamente en que sus clientes encuentren “recursos, fortalezas y creencias” que les permitan alcanzar sus metas, normalmente profesionales, y que no profundiza en ámbitos de sus vidas que no les ayuden a cumplir sus objetivos. Evita tratar cualquier “trauma” o “bloqueos emocionales”, algo que concierne, según ella, exclusivamente a un terapeuta.
El otro gran motivo de disputa entre los dos colectivos, después del Life Coaching, es que muchos coaches no están capacitados para diferenciar una patología o un problema mental complejo, terreno de los psicólogos, de algo más sencillo, de una frustración o insatisfacción de los que ellos puedan ocuparse.
David Pulido apunta que “no es nada fácil distinguir un problema aparentemente sencillo, como una ruptura de pareja, de una patología asociada a ese problema”, que no entiende por qué un psicólogo no va a poder tratar también asuntos psicológicos sencillos y que, desde luego los coaches, “con cursos de 100 horas que pueden realizarse por internet”, no están cualificados para diferenciar una patología de un problema sencillo.
la escuela...¿Positiva?
Cada día que pasa, las fronteras entre algunas de las competencias de los dos colectivos se vuelven más difusas. En los últimos años ya ni siquiera basta la palabra ‘patología’ para sacarnos de dudas, porque como recuerda Peñalver, una parte de los psicólogos, los de la llamada escuela positiva, tratan a sus pacientes como clientes y han dejado de lado su tradicional concentración en la enfermedad para focalizarse únicamente en ayudarles a ser más felices, a desarrollar mejor su talento y a vivir existencias más plenas. Éste era el territorio tradicional de los coaches de vida.
Formación y colaboración
Ovidio Peñalver, que es psicólogo y coach con años de experiencia, discrepa y afirma que las habilidades y la formación que exigen las dos profesiones son distintas aunque, por supuesto, tengan puntos en común. Por eso, los psicólogos necesitan un postgrado adicional para ofrecer servicios de coaching.
En cuanto a la otra opinión de Pulido, es verdad que los programas oficiales de formación de los entrenadores apenas dedican tiempo a enseñar a identificar una patología o un problema complejo, pero eso no quiere decir que algunos de sus alumnos no sigan formándose. Susana García Pinto ha cursado, por ejemplo, un diploma en Psicopatología y Salud y otro en Estrés y Salud, Ansiedad y Depresión por la facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia.
Otra dificultad, apunta José Antonio Luengo es que no existe un canal de comunicación permanente entre las organizaciones de coaches y los psicólogos clínicos para que los entrenadores puedan consultar a un psicólogo hasta qué punto sus clientes presentan un problema complejo –sea o no sea una enfermedad– del que deba ocuparse un terapeuta. En su opinión, debería haberlo.
Colaboración y conversación
A pesar de todas las fricciones y conflictos, lo cierto es que a la mayoría de los miembros de los colectivos enfrentados les mueve la vocación de asistir lo mejor posible a los pacientes y clientes y que, a veces, éstos esperan y demandan que colaboren entre sí. En otras ocasiones, son los propios psicólogos y coaches los que pueden creer que colaborar es la mejor opción.
Ovidio Peñalver apunta cuatro escenarios de colaboración: “Los psicólogos deben dedicarse sobre todo a lo patológico y derivar a sus pacientes a un coach para que complemente la terapia con otras herramientas; los coaches, en cuanto observen un problema patológico, tienen que derivar al cliente a un psicólogo; el coach y el psicólogo pueden, como en mi caso, ser la misma persona [sería una solución para los miembros de la escuela positiva] y ofrecer un servicio distinto en distintos momentos; y por último, los coaches y los psicólogos pueden trabajar codo con codo”.
Susana García Pinto es un ejemplo de que esa asociación es posible. Ha ayudado a personas en tratamiento psicológico a preparar “entrevistas de trabajo” para que encontrasen una ocupación más gratificante, algo que podía afectar positivamente a su terapia y que era conocido y aceptado por el terapeuta.
También se ha coordinado con un psicólogo en talleres de liderazgo –él suele referirle “pacientes suyos cuando éstos desean entrenar ciertas habilidades y competencias aplicadas a su vida profesional” – y ha diseñado con psicólogos sesiones grupales para familiares de personas con alzhéimer en las que ella les ayudaba a las parejas e hijos a aprovechar “las capacidades que quedan en el paciente” y a comunicase con él.
José Antonio Luengo cree que esa colaboración, cuando hablamos de los que practican coaching de vida, tiene que venir acompañada siempre de la creación de un colegio oficial de entrenadores, de una formación más ambiciosa, oficial y reglada, de un código deontológico que no sólo sea privado sino público y que siempre prohíba el tratamiento de patologías por parte de los coaches y, por último, de una vía de comunicación y consulta entre ellos y los psicólogos a la hora de determinar si están ante una patología o un problema que exija terapia o no.
Ninguna polémica es mejor que una buena conversación y menos cuando hablamos de profesionales que saben escuchar como nadie. La conversación ha comenzado.
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