Comparten un espacio de trabajo -el quirófano- y al paciente, pero no siempre tienen los mismos intereses ni analizan una cirugía del mismo modo. Existe una
tradicional relación filia-fobia entre cirujanos y anestesistas que ha desembocado incluso en
bromas entre ambos colectivos sobre sus respectivas funciones, y los afectados aseguran que en numerosas ocasiones se producen roces o diferencias de criterio. Pero también ambos defienden que no se trata de un 'odio al anestesista', sino más bien pequeñas diferencias por la orientación que cada uno tiene hacia el fin de la cirugía. ¿Por qué, entonces, esos encontronazos?
"Es verdad que el cirujano ve principalmente aquello que tiene que operar por encima del resto de características y de patologías que tiene el paciente, y nuestro trabajo es justo el contrario: ver todas las patologías y elegir cuál es el momento óptimo para la intervención quirúrgica, que no siempre es mañana mismo como quiere el cirujano. A veces
nuestros pareceres sobre una misma cirugía varían porque nosotros tenemos que valorar más cómo va a aguantar el paciente la intervención”, explica a LA REVISTA de
Redacción Médica Cora Bermejo, adjunta del servicio de Anestesiología del Hospital del Henares de Coslada (Madrid).
En la misma línea se manifiesta
Miguel Díaz, anestesiólogo de un centro público de Tenerife, quien defiende que se trata de una rivalidad sana puesto que ambos forman parte de un equipo quirúrgico multidisciplinar. “Lo que sucede es que nosotros, le pese a quien le pese, somos un poco los que
llevamos la voz cantante en lo que respecta al ‘control vital’ del paciente: el cirujano desarrolla la operación pero el que sostiene al paciente, cuida de sus constantes y se encarga de que esté en óptimas condiciones durante la cirugía es el anestesista. Eso implica que ante cualquier adversidad o contingencia, nosotros tenemos que actuar rápido y tomar decisiones importantes, porque la vida del paciente puede estar en peligro. Incluso, si fuera necesario, obligar a parar la cirugía para estabilizarlo y normalizar sus constantes vitales. Del mismo modo, si antes de comenzar una cirugía –en el caso de pacientes programados- consideramos que no está en condiciones de someterse a esa intervención,
tenemos la potestad para suspenderla y esperar a que se pueda operar más adelante, con más seguridad para el mismo”, explica Díaz.
Se trata, en cualquier caso, de intervenciones programadas, puesto que en las de urgencia la prioridad es salvar la vida del paciente y la indicación viene dada por el cirujano. Son las programadas las que más roces pueden ocasionar, y por eso los
afectados pasan previamente por una consulta de preoperatorio donde es el anestesista el que, en los casos poco complejos valora su situación y escogen el momento óptimo para la intervención. Esto puede suponer desde un cuarto de hora hasta hora y media en pacientes complejos entre que el anestesista hace su valoración y explica cuál va a ser su ‘hoja de ruta’. Para su decisión cuentan también
con el apoyo de otras especialidades, fundamentalmente Cardiología y Neumología que son las que analizan las patologías más importantes y ayudan a optimizar la situación basal de la persona.
El paciente, su eje
Esto supone que el anestesista tiene que controlar toda patología que rodea al paciente y “esa es muchas veces la labor que no hacemos bien: explicar cuál es nuestra función en el hospital. A los quirúrgicos es más fácil porque convivimos con ellos. Por discrepancias que tengamos respecto a los pacientes, al final siempre
hay un punto común que su propio bien y operarle en las condiciones óptimas, pero con el resto de especialistas del centro a veces nos cuesta encontrar la comunicación adecuada. No sabemos explicarle que
no es que nos queramos negar a las intervenciones, sino que no está el paciente en las mejores condiciones. Con otras especialidades como Geriatría a veces nos resulta muy complicado porque ellos quieren operar ya y no es siempre el mejor momento, y parecemos los malos de la película aplazando intervenciones”, explica Cora Bermejo.
"Siempre hay un punto común que es el bien del paciente y operarle en las condiciones óptimas"
|
También es el propio paciente el que a veces no entiende la opinión del anestesista, puesto que además esta es de un profesional que acaban de conocer antes de la operación - que seguramente no vuelvan a ver si todo sale de modo correcto en el postoperatorio- y puede chocar con la del cirujano, que le está llevando y asesorando desde hace meses. “Por lo general, suelen confiar en nosotros, aunque tenemos el hándicap de que
a la gente le da más miedo la anestesia que la operación. Nuestro deber es informarle en consulta del procedimiento, explicarle lo que vamos a hacer y las posibles complicaciones. Un paciente informado siempre llegará a quirófano con más confianza”, defiende Miguel Díaz.
Por tanto, no siempre el
feedback con el paciente es positivo, puesto que “habitualmente no saben bien cuál es la labor del anestesista en quirófano y
lo único que saben es que su cirujano les ha dicho que tienen que operarse y ahora llega otro médico al que además no conocen y les decimos que no pueden operarse con tanta prisa como su cirujano querría”, añade Cora Bermejo.
El quirófano, espacio común
Una vez en quirófano, los anestesistas están presentes en todas las intervenciones que se hacen –aunque en los centros grandes sí existe cierta hiperespecialización que favorece que los facultativos se dediquen principalmente, por ejemplo, a Cirugía Pediátrica, a Neurocirugía o a Cirugía Cardiotorácica- y
valoran en todo momento las constantes del paciente. Es allí donde también pueden darse situaciones complicadas, la mayoría de ellas, según Díaz, relacionadas con problemas con la vía aérea del paciente, “esos que, una vez dormidos, no somos capaces de intubarlos por problemas anatómicos propios y se pueden morir por una hipoxia”, algo más frecuente años atrás.
Es en el quirófano donde los anestesistas también conviven con el resto de personal sanitario. “Nosotras confiamos mucho en ellos. Generalmente todos nos llevamos bien, pero hay veces que no tienen el mismo punto de vista con los cirujanos porque los objetivos son diferentes. Uno quiere quitar el dolor y que el paciente viva, y el cirujano lo que quiere es curar. Al menos
con las enfermeras de quirófano no chocan”, explica una profesional de un centro madrileño en conversación con esta revista.
"¿Cuántos sudokus has hecho hoy?"
La mencionada rivalidad entre anestesistas y cirujanos es motivo de constantes bromas y chistes en el espacio que comparten para ‘atacar’ al otro. Entre los primeros es habitual hacer
referencia a la lentitud de los segundos a la hora de operar, especialmente cuando se trata de un residente, que tarda más en hacer la intervención. Además, han acuñado refranes como que “un buen cirujano quiere un buen anestesista. Un mal cirujano, lo necesita”.
Los cirujanos, por su parte, suelen atacar a los anestesistas por ser “un mueble más en quirófano”, puesto que mientras ellos están “sudando la gota gorda operando”, los segundos
están mirando el iPad. De ahí que al terminar las intervenciones les lancen pullas preguntando que cuántos sudokus han hecho en ese rato.
“Una vez estaba operando a un paciente de cataratas que tenía una tensión arterial altísima y le dije al anestesista que por favor le pusiera algo porque estaba nervioso y no paraba de apretar. Levantó el paño de quirófano, le dio la mano al paciente y le dijo “venga, tranquilícese”, cuenta a modo de anécdota la oftalmóloga.
Son solo algunas de las
bromas entre cirujanos y anestesistas, una relación que trata con un
humor irónico el propio Miguel, que los va recopilando en su cuenta personal de Twitter @MDiazFuentes.
Quizás uno de los lugares donde el anestesista esté más cómodo es en un servicio de
Oftalmología, puesto que en gran medida son cirugías con
anestesia especialmente en forma de gotas y donde en ocasiones basta con administrar algún relajante para rebajar la tensión arterial del paciente. Así lo explica
María Capote, coordinadora médica del servicio de Oftalmología del Hospital La Milagrosa de Madrid, quien a lo largo de su trayectoria también ha tenido los mencionados roces con los anestesistas, que “cuando tienen que administrar anestesias generales a veces son un poco ‘tiquismiquis’, pero para ellos es normal”.
“Cuando hay una urgencia porque un paciente se ha perforado un ojo, nosotros tenemos mucha prisa para entrar a cerrarlo y que no se infecte, pero ellos siempre piensan en las ayunas. Es normal, porque si no el paciente se puede aspirar, pero a ti lo que te importa es que puede perder el ojo si se infecta. A veces tienes que operar un desprendimiento de retina, hay que hacerlo rápido y lo tienes todo programado y porque el paciente tiene tos hay anestesistas que te lo echan para atrás. Esos son los roces típicos, que ocurre con todas las especialidades porque ellos se preocupan de si se cumplen las ayunas o si no han traído una analítica. Nosotros también tenemos
cierta pelea con la anestesia retrobulbar, que se pincha y se supone que tienen que administrarla ellos, y los hay que no la quieren poner, y nos toca a nosotros. Pero en general
la relación es buena, siempre está la broma y la rivalidad pero nos necesitamos los unos a los otros y cuando tienes uno bueno da gusto y la cirugía es perfecta”, defiende la oftalmóloga.
Los anestesistas refieren especiales problemas con las vías aéreas de los pacientes, especialmente para intubar o extubar.
|
Anestesiología, la gran desconocida
Afortunadamente en los últimos años la situación de la anestesia ha cambiado bastante, puesto que cada vez la esperanza de vida es mayor y los pacientes son más mayores y con patología más compleja pero que tienen capacidad para operarse por los
grandes avances en técnicas tanto quirúrgicas como anestésicas. “Gente que antes ni siquiera nos planteábamos que se operara por las enfermedades que tenía en su vida diaria ahora sí que son candidatos a cirugía, aunque hay que elegir el momento óptimo para ellos”, explica Cora.
También ha cambiado la especialidad en sí, que Miguel recuerda que su nombre completo es Anestesiología, Reanimación y Tratamiento del Dolor, y que la
antigüedad de la anestesia no supera los 170 años. Cuando él estudiaba la carrera, hace 24 años, “era la gran desconocida para los estudiantes” puesto que no había una asignatura como tal. Tampoco hace una década cuando lo hacía Cora, puesto que
solo eran 4 horas dentro de Patología General en una carrera de seis años, y no quedaba muy claro cuál era la relación que había con otros profesionales.
Ella la escogió porque es una especialidad que engloba una parte de conocimientos muy amplia de la Medicina, que es la Fisiología y la Farmacología, “dos de las que más me habían atraído en la carrera”, y también por la
“inmediatez de los resultados de lo que hacemos, que no tengo que esperar a un TAC pasado mañana”.
En cualquier caso, todos los consultados coinciden en que en realidad
no hay odio ni mala relación, sino simplemente roces porque en ocasiones la visión de una cirugía es diferente y existen discrepancias en cuanto a la oportunidad de la intervención. Que el anestesista tenga la última palabra en las cirugías programadas no siempre es bien recibido, pero todos los implicados aseguran que forman un buen equipo en quirófano y que todos lo hacen con el bien del paciente como único fin.
Aunque pueda contener afirmaciones, datos o apuntes procedentes de instituciones o profesionales sanitarios, la información contenida en Redacción Médica está editada y elaborada por periodistas. Recomendamos al lector que cualquier duda relacionada con la salud sea consultada con un profesional del ámbito sanitario.