"Traté a sujetos que habían
sobrevivido milagrosamente a intentos de suicidio en la cárcel. Experimenté la sensación de
ser manipulada por pacientes psicópatas. Presencié actos violentos. Vi a un paciente con trastorno límite de la personalidad
golpearse la cabeza hasta fracturársela, a un chaval de 19 años tirarse al suelo y llorar desconsoladamente tras
ser informado de que había matado a su madre durante un brote psicótico, y a un anciano de 80 años con demencia senil preguntarme repetidas veces por su esposa, con la que había estado casado 45 años y a la que
había golpeado gravemente tras confundirla con un extraño".
Estas son algunas de las
experiencias que afrontó la psicóloga forense española Virginia Barber en el período en el que trató a los pacientes psiquiátricos de la
Isla Rikers, la cárcel más grande de Estados Unidos (donde llegó a ser directora clínica de salud mental), que abarca
toda una isla de Nueva York, y que recoge en
'Más allá del bien y del mal', su primer libro publicado en la editorial Debate. A pesar de las duras experiencias, esta canaria se muestra orgullosa de su trabajo y cree en la reinserción del preso.
"Un paciente me lanzó una silla a la cabeza en mi primer día. Aun así, la experiencia me ayudó a estar más alerta"
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"Hay muchas más personas con enfermedad mental en las cárceles que en la sociedad en general. Una de las cosas que me llevó a elegir esta profesión es descubrir
cómo la Psicología Clínica puede ayudar a estas personas. El comportamiento criminal es multicausal y hay muchos mitos sobre los psicópatas y los criminales.
Hay que romper el estigma que padecen estas personas e ir más allá del comportamiento y los hechos en sí, y entender q
ué lleva a alguien a hacer algo malo. De ahí el título del libro", explica Barber a Redacción Médica.
Sus primeros pasos en la Psicología Forense no fueron nada fáciles, llegando a
ser agredida de forma brutal por un paciente en su primer día, recién salida del máster. "Un paciente
me lanzó una silla a la cabeza en mi primera intervención. Ni siquiera estaba en Isla Rikers todavía. Estuve de baja y me afectó muchísimo. Aun así, creo que me vino bien, me ayudó a estar más alerta. Hay que tomar precauciones pero sin que el miedo te paralice", cuenta.
En el libro, Barber explica que desde hace algunos años, el primer día de clase (es también profesora en la Universidad de Nueva York) pregunta a sus alumnos por qué quieren convertirse en psicólogos forenses: "Más o menos una cuarta parte de ello siempre me contesta 'para entender a los psicópatas'. Gracias a películas como '
El silencio de los corderos', la psicopatía es un trastorno de interés general. Sin embargo, la mayor parte de los pacientes que vemos son
personas con traumas, más que psicópatas".
Lidiando con el psicópata
A pesar de ello,
lidiar con psicópatas es una de la
s labores irrenunciables del psicólogo forense. La primera experiencia de Barber con un psicópata en el Hospital Bellevue, donde se tratan a pacientes agudos de Rikers, le dejó marcada: "Se llamaba
Anthony. En las primeras sesiones me contó que era dependiente del alcohol, que
su madre había fallecido recientemente, que se sentía muy
infeliz y que tenía
instintos suicidas. Que no tenía ganas de relacionarse con nadie, ni de hacer nada. Puso ante mí una historia dramática y lo primero en lo que pensé fue en que tenía un
trastorno depresivo. Todo coincidía en este sentido".
Virginia Barber: "Estoy convencida de que muchos de los que nos gobiernan son psicópatas".
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Pero en realidad, Anthony no era nada de todo esto,
le había estado manipulando desde el principio. Barber se dio cuenta cuando cometió una agresión. "Había un paciente llamado
Carter que presentaba una discapacidad intelectual severa. Era un paciente que no comprendía el concepto de 'espacio interpersonal' y buscaba el contacto físico. Había sido maltratado por su madre en la infancia. Un día, por ejemplo, le
arrojó agua hirviendo provocándole marcas en la piel. El Día de Acción de Gracias se celebra con pavo y música en el hospital. Carter bailó con muchísima energía una canción de
Michael Jackson. Anthony estaba en el comedor y le miraba con mucho odio".
Esa misma noche, Carter cantaba en voz alta a Michael Jackson cuando Anthony se levantó y
le agredió de forma brutal en la cama. Las cámaras lo habían captado todo.
No era una reacción normal para alguien con depresión y Barber empezó a investigar, descubriendo que todo lo que le había contado Anthony era mentira. Era sociable, se relacionaba con otros presos y su madre seguía viva.
Decidió confrontarle la información de golpe en una de las sesiones.
"Comencé a observar signos de ira en su expresión, cerró los puños fuertemente y apretó la mandíbula. Pero cuando terminé de hablar, Anthoy se relajó y
empezó a reír a carcajadas. 'Cómo se nota que eres una estudiante todavía,
no te enteras de nada. Sabía que era más inteligente que tú. Solo quería un descanso de la cárcel. La comida es mejor aquí. Y todavía no he terminado mi descanso.
Como te atrevas a darme el alta cojo un cristal y me corto para sangrar mucho', me dijo. Fue la primera vez que lidié con un psicópata", recuerda. La psicóloga explica que los psicópatas se caracterizan por su capacidad para manipular, su
falta de empatía y narcisismo, lo cual no quiere decir que "un psicópata per sé sea un criminal. De hecho,
estoy convencida de que muchos de los que nos gobiernan son psicópatas".
Depredadores sexuales
Varios de los pacientes que Barber tuvo que atender en Isla Rikers eran
violadores o
depredadores sexuales. A pesar de la creencia extendida de que la rehabilitación de estos pacientes es casi imposible, Barber insiste en que "
son los criminales con la tasa de reincidencia más baja. No todos los delincuentes sexuales son iguales. Los gobiernos deben ser honestos con las estadísticas y mostrárselas a los ciudadanos".
"A pesar de la creencia popular, los delincuentes sexuales tienen una de las tasas de reinserción más altas"
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Precisamente, en su libro aparecen datos del
Ministerio del Interior que reflejan una tasa de reincidencia de este tipo de criminales del 8,5 por ciento frente al 37,5 por ciento hallado en delincuentes contra la propiedad. En Estados Unidos, un estudio que incluía quince Estados y cerca de
10.000 agresores sexuales (publicado en el U.S. Bureau of Justice Statistics) encontró que un
5,6 por ciento de estos agresores reincidieron en un período de seguimiento de 3 años tras su puesta en libertad.
La esperanza en la reinserción es una de las fuerzas que mueve a Barber en su día a día, que cree que "
todo el mundo merece una oportunidad". En el libro ilustra esta idea con un hecho real acontecido en la propia cárcel. En los años cincuenta se estrelló un vuelo en la isla y muchos presos ayudaron en el desalojo y ayuda de los supervivientes. En agradecimiento a su heroicidad, se les conmutó la pena a algunos de los convictos.
"La mayor parte de las personas encarceladas padece algún tipo de trauma. Algunos estudios señalan que
el 60 por ciento de presos ha sufrido abuso físico infantil y un 30 por ciento abuso sexual infantil. Paradójicamente, las cárceles constituyen lugares que pueden suponer una experiencia muy traumática para muchas personas".
Consejo para futuros psicólogos forenses
El libro de Barber incluye también varias lecciones y consejos para futuros psicólogos que vayan a ejercer su trabajo en prisiones. "En la universidad no se habla lo suficiente del impacto psicológico que tiene para nosotros el trato con los pacientes. Los psicólogos
tenemos que ser conscientes de que tenemos muchas limitaciones y ser honestos con ellas. No conviene empatizar de forma excesiva con el paciente, porque te puede llegar a afectar y a paralizar tu trabajo. También es muy conveniente
desconectar, pasarlo bien y tener hobbies fuera del trabajo", explica.
"En la universidad no se habla lo suficiente del impacto mental que tiene para los psicólogos el trato con los pacientes".
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Barber, que ahora se dedica principalmente a la supervisión de psicólogos que trabajan en la
cárcel de Nueva York, también destaca otra lección de su carrera: "El castigo de aislamiento es perjudicial en la mayoría de los casos. A veces aislar el comportamiento violento es necesario. Es decir, el aislamiento como herramienta para gestionar la violencia puede valer, pero no como herramienta terapéutica".
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