Conflictos como el de Gaza o Ucrania nos llegan a través de la pantalla, de las redes sociales, mostrando realidades crudas donde la
falta de recursos, sobre todo nivel asistencial y sanitario, son evidentes. Con la dificultad de acceso a las zonas más afectadas, que suman bombardeos constantes a sus centros sanitarios, la labor de los médicos se hace, a la vez, difícil e imprescindible. Eso lo sabe bien
Cecilia del Busto, médica intensivista en la UCI del
Hospital Universitario Central de Asturias, alguien acostumbrada a la cooperación internacional que estuvo en Palestina en el año 2008, antes de la segunda intifada: "La primera vez que fui estudiante de quinto de Medicina, Estuve un mes y medio durante el verano en Palestina, en Jerusalén y en el Hospital Al-Makassed. También estuvimos en Cisjordania, en Nablus", recuerda.
La situación actual del
conflicto y la que vivió hace 17 años no es exactamente igual, pero afirma que se veían secuelas del “apartheid” existente: “Recuerdo estar en el hospital con
niños recién nacidos ingresados en neonatología y que a lo mejor pasaban días y los padres no podían ir a verles”, explica a
Redacción Médica. Esto, unido a la complejidad de las lesiones que veía día a día, le generaba un
impacto psicológico y emocional “enorme”.
Un médico cooperante debe ser “resiliente”
Cuando se le pregunta por los atributos que debería tener un médico que va a una zona de conflicto o que va a realizar proyectos de cooperación en otros países, Del Busto incide en la importancia de
tener un buen estado mental: “Hay que tener mucha tranquilidad de espíritu, mucha paciencia y mucha resiliencia, que se dice ahora mucho. Hay que plantearse que las expectativas son mucho menores”. Tener una buena situación a nivel psicológico es fundamental, sobre todo a lo hora de tomar decisiones críticas: “Llega un punto en el que la carga emocional es tan grande que
puedes tomar malas decisiones si estás cansado y las circunstancias te están nublando el raciocinio”, recalca la intensivista.
Uno de los obstáculos que se va a encontrar un estudiante de Medicina que plantea hacer este tipo de trabajo es la falta de preparación en materia de “empatía” que se va a encontrar en el grado, comenta Del Busto. “L
a formación a nivel psicológico y emocional en las facultades es inexistente. Pero ya no solo para afrontar una
medicina de cooperación o una medicina en situaciones de crisis, sino la medicina diaria”, apunta, señalando que no hay ninguna asignatura específica en la que preparen al alumno sobre cómo tratar a los enfermos y cómo deben abordar los propios médicos situaciones complejas, “porque hasta un médico de familia se enfrenta a situaciones muy duras con el paciente y con sus familias”, sostiene.
La formación específica hay que buscarla fuera del aula.
La especialista cuenta que
no hay una oferta pública “accesible y amplia” para educarte en este ámbito: “En mi caso, que yo también hice formación, la encontré buscando y un poco de sopetón. Hay que buscarla y no es fácil encontrarla, ni mucho menos”. Además, incide en que ser médico cooperante es algo
extremadamente vocacional y en muchos casos, desde las asociaciones no se sufragan los gastos del viaje: "Cada vez que voy allí
me supone unos 3.000 o 4.000 euros que tengo que poner. Que tengo ese dinero y me lo puedo gastar, soy una afortunada, es por un tema de conciencia".
Del Busto también ha trabajado en proyectos en América Latina, va anualmente a Ruanda y desde el año 2021 colabora con el proyecto de 'UCIs sin Fronteras' de la Sociedad Española de Medicina Intensiva, Crítica y Unidades Coronarias (semicyuc), y opina que a la hora de aceptar estos retos se crea una
“fusión de cabeza y corazón, porque hay que hacer un esfuerzo profesional, familiar, personal muy importante”, concluye.
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