Ayudar a otros es un privilegio. Esto es lo que piensan muchas personas cuyo sentido vital se basa en esta premisa que también les aporta la felicidad necesaria para vivir en paz. Es el caso de Jerónimo Núñez, un cántabro de Bárcena de Cicero, una pequeña villa cerca de Castro Urdiales y colindante al País Vasco. Su historia bien se merece atención, pues pasó de combatir al terrorismo de ETA desactivando bombas como agente del Tedax de la Policía Nacional en los años más aciagos de la lucha armada de la ya extinta banda, a luchar contra el coronavirus Covid-19 en uno de los lugares más complicados: un centro asistencial de personas dependientes.
Desde la humildad, su protagonista cuenta su historia a Redacción Médica. Jerónimo Núñez quiso ser Policía porque “cuando uno es joven, tiene ciertos ideales y vocaciones”. “Una vez dentro me llamaba la atención todo lo relacionado con la desactivación de artefactos explosivos. Cumplí con los 3 años obligatorios de antigüedad para entrar en los Tedax, donde acabé formando parte”, comenta.
Decidió echar plaza en el País Vasco pese a que casi nadie quería ir allí debido al cruento terrorismo de ETA. Sin embargo, la familia pudo con todo y decidió trasladarse allí, con los suyos. “Para un Policía Nacional, además desactivador de explosivos, fue un campo ideal de trabajo. La parte negativa es que, además de las bombas, el clima social era abiertamente hostil”. En aquel entonces la sombra de ETA era muy alargada, “imponía el silencio a través del miedo”.
“Tuve que convivir en aquellas circunstancias y así desarrollé mi trabajo con cierta normalidad, dentro de la excepcionalidad que se vivía en el País Vasco”, explica con firmeza al tiempo que revela que lo más satisfactorio fue cuando lograba desactivar un artefacto explosivo. La realidad era muy difícil, y para protegerse a sí mismo y a los suyos tenía que cambiar de domicilio cada cierto tiempo para resguardarse de las amenazas de ETA. “Los Tedax éramos un máximo de entre 10 y 12 agentes. A las intervenciones siempre íbamos los mismos, por lo que para ETA era fácil localizarnos”, subraya.
De Tedax a profesional sanitario
Sin embargo,
Jerónimo es un hombre de pasiones. Trabajar de Tedax no era suficiente, por eso, compaginó el trabajo con los estudios y así
se licenció en Geografía e Historia. “No lo hice con ninguna pretensión profesional, sino por gusto. La carrera no fue estudiar, fue disfrutar”.
"A los pacientes hay que decirles la verdad. Eso es más duro que cualquier bomba que me haya tocado desactivar"
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Insaciable, también estudió Medicina. “Entonces se produjo un hecho muy importante: mi mujer enfermó con una rara patología neurodegenerativa del sistema nervioso central e ingresó en el centro asistencial La Loma de Castro Urdiales”. Comenzó encadenando empleos temporales para cubrir sustituciones, pero poco a poco pasó a ser uno más de la plantilla de profesionales sanitarios.
Este acontecimiento coincide con el hecho de que, en el año 2000, que ya había pocos explosivos en País Vasco, “un alto cargo policial de Madrid, de estos que nunca han visto una bomba, y ni siquiera son de ciencias,
se le ocurrió que los Tedax también podían ser expertos en artefactos nucleares, químicos y biológicos”. Ello propició la salida de Jerónimo del cuerpo policial para centrarse en el ámbito sanitario.
Trabajo cuidando dependientes
“Decidí entonces desarrollarme como médico al cien por cien. En la residencia de La Loma desempeño mi labor como cualquier otro”. Allí no tiene que mantener la mente fría y concentrada para luchar contra el crono antes de que explote la bomba, pero tiene que lidiar con la enfermedad, un enemigo que puede ser mucho más cruel que cualquier detonación.
En este centro ha tenido que atender no solo a personas mayores dependientes por eso de la edad, sino también a gente joven con toda una vida por delante que se van marchitando. “Hemos tenido hace poco a un joven de 17 años y a una mujer de 37 años con Alzheimer que no pudo salir adelante”.
Tras el terrorismo se enfrentó a otro gran enemigo, aún más nocivo: el Covid-19. “En este tipo de centros, cuando entra un virus como el Covid, que es producto del azar, la catástrofe está servida”, lamenta. “En la segunda ola teníamos algo de experiencia y medios de protección, pero durante la primera, aconsejé a la empresa conseguir todo lo que pudieran en un mercado que estaba inaccesible, pero se consiguió algo”.
"Eso es más duro que cualquier bomba que me haya tocado"
Pese a todo, los pacientes de una residencia no son los de una planta de infecciosos. Sus necesidades son todo lo contrario, necesitan contacto directo con las personas para que no se sientan solas: “Es un paraíso para el virus”. “Yo avisé antes de tiempo que, dadas las circunstancias del centro, la falta de medios y de formación de los profesionales, habría bastantes fallecidos. Por suerte me equivoqué, calculábamos unos 40 y nos quedamos en 22. Pero un desastre”, explica. “Sabía que, aunque tuviéramos los EPI, trabajando 7 horas se cometen muchos errores en las residencias, hospitales y en todos los sitios. La realidad es así y no se puede hacer milagros”, zanja.
Haber sido Tedax le ayuda a mantener la calma en situaciones extremas. Sin embargo, Jerónimo cuenta cómo es su nueva realidad, aún más difícil para él. “Este mediodía le tengo que decir a un señor más o menos de mi edad que se va a morir, no en 3 o 4 semanas como le habían pronosticado, sino en un par de semanas. Quería saberlo y tiene mucho miedo al dolor y el sufrimiento. Le quiero decir la verdad. Eso es más duro que cualquier bomba que me haya tocado desactivar”.
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