Las decenas de raquetas que
Antonio Zapatero tiene en su despacho dan cuenta de las mil y una competiciones disputadas por este internista apasionado por el
tenis. Pero ni con tres bolas de partido en contra ha tenido un reto tan grande como el que ha asumido en estos días: sacar adelante el “mayor hospital de España”, dotado con unas 1.500 camas, en tiempo récord.
El pasado viernes, 20 de marzo, recibió una llamada. Era el consejero madrileño de Salud,
Enrique Ruiz Escudero. Estaban montando un hospital de campaña en el centro de congresos y exposiciones de Madrid, Ifema, ante la avalancha de nuevos contagios por
coronavirus en la comunidad, y le ofrecía estar al pie del cañón, poniéndose al frente de la parte clínica del improvisado centro.
Zapatero, jefe de los internistas y director médico del
Hospital de Fuenlabrada, no se lo pensó dos veces, en parte porque a su lado estaría
Javier Marco, internista del Hospital Universitario Clínico San Carlos y coordinador del grupo de Gestión Clínica de la
Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI).
La personificación de la eficiencia
El interés de ambos por la eficiencia de los recursos sanitarios ha sido un elemento clave para su elección. Zapatero, como presidente de la SEMI, coordinó el proyecto Recalmin, de
Recursos y Calidad en Medicina Interna, que realizaba una
evaluación exhaustiva de las unidades de Medicina Interna españolas, e impulsó el proyecto
SEMI Excelente, que acreditaba la calidad de las mismas. Ahora que está al frente de Facme (la Federación de Asociaciones Científico Médicas Españolas) busca hacer lo propio
al nivel de todo el SNS.
Y es que el gusto por la eficacia le viene de serie: habla muy rápido y sin circunloquios, con
su boca tratando de seguir la velocidad de su cerebro. No duda, como bien saben sus alumnos de la Universidad Rey Juan Carlos, que temen su implacabilidad a la hora de preguntar por un posible diagnóstico. Sin embargo, tampoco se regodea en el error: los corrige y a otra cosa, que no hay que perder el tiempo.
Así lo ejemplificaba en una
entrevista para La Revista de Redacción Médica: “[Stefan] Zweig, en su libro
Memorias de un Europeo, dice que el autor literario debe plantearse, cuando ha acabado su obra,
si podía haber prescindido de al menos 200 páginas. Pues eso mismo me pasa a mí incluso con las publicaciones científicas”.
Quizá esa es la razón por la que no tiene hijos. La Medicina y el tenis –procura jugar cinco días a la semana y ha sido campeón de España por equipos en categorías senior– no le dejan mucho tiempo para otras cosas. Entre ellas, los idiomas, la literatura (Zweig es su autor favorito) y tener un plan cultural con su pareja que le permita desconectar.
Siete años en la Montaña Mágica
Descendiente de una familia de médicos cántabros, cuenta que
su padre se enamoró de su madre cuando le estaba tratando de la tuberculosis, enfermedad que, en el plano profesional, ha estado muy ligada a su familia: su hermano hizo una tesis doctoral sobre su presencia entre los estudiantes de Medicina, y su tío dirigía el
dispensario antituberculoso de Guadarrama, que Zapatero describe de forma similar al sanatorio de
La Montaña Mágica, el famoso libro de Thomas Mann.
En Ifema tiene este internista
su propia Montaña Mágica. Pero, a diferencia de su protagonista, no va a pasar siete años en ella sino que exprimirá el tiempo todo lo posible para poder cerrarlo cuanto antes.
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