La Revista

El MIR de Cardiología que sueña con humanizar la sanidad

Guillermo Torroba, R2 de el Hospital de Sant Joan (Alicante): “Adoptamos expresiones muy gráficas pero deshumanizantes”

Guillermo (centro), junto a algunos de los ponentes del curso sobre humanización: el internista Jorge Peris (izquierda) y el también internista Pedro Esteve (derecha)

14 abr 2018. 20.00H
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POR ESTHER ORTEGA
Cuando alguien ha pasado por una situación complicada, la memoria -o la falta de ella- puede ser el mejor de sus aliados. Guillermo Torroba, R2 de Cardiología del Hospital Universitario de Sant Joan d’Alacant, lo tiene claro. “La experiencia del MIR, de la cual afortunadamente recuerdo menos, fue llevadera dentro de sus posibilidades”, rememora el especialista, nacido en Cáceres hace 27 años, que pudo estudiar el examen como un “privilegiado”: “En Palencia se estudia tranquilo y me acercaba a Valladolid para las clases y simulacros semanales. Llevaba una rutina muy variada y podía vivir tranquilo gracias a todo el apoyo que tenía en casa”, se alegra Guillermo, que nació en Cáceres y siempre tuvo claro que las especialidades médicas eran los suyo. Para su elección final, se fio de su “intuición”, revela Guillermo, especialmente preocupado por la humanización de la sanidad, algo por lo que se pasa de puntillas por la facultad y es extremadamente importante en el hospital: "Es un paso necesario en un sistema que cada vez es más moderno y avanzado, donde los límites de la salud se van estirando por años. Concretamente, en los cuidados paliativos se hace necesaria la normalización de la atención sanitaria por tratarse de una fase que, paradójicamente, da también sentido a la vida; tanto a los pacientes como a sus familiares", expone el especialista.
 
“El día de la elección había nervios, lógicamente. Estuve desde el día antes por Madrid con mi madre, fuimos al teatro, paseamos, comimos bien… se hizo agradable”, recuerda Guillermo, al que le costó encontrar a su familiar tras haber escogido la especialidad: “Con la suerte echada al fin y en semejante momento, no había manera de encontrar a mi madre al salir del Ministerio. Y es que se había metido una vez más en el Thyssen y ahí andaba abstraída en una exposición de pintores realistas”, relata el joven, quien cree que “cada uno lleva la tensión a su manera”.
 
 EMPEZAR EN ALICANTE
 
El cacereño, que se crió en Palencia y estudió la carrera en Valladolid, apostó por una nueva mudanza y por crecer profesionalmente en el Hospital de Sant Joan: “El desembarco en el hospital fue el desembarco en Alicante y en la Comunidad Valenciana, donde yo nunca había estado”, reconoce Guillermo, al que le sorprendió enormemente el cambio de clima: “Salí de Palencia con 7 grados aquélla mañana y llegué a Alicante con 24”, recuerda el joven, al que le encanta poder pasear junto al mar en su nueva ciudad.
 

"No siempre sabemos qué más hacer, hasta dónde llegar, y lo interpretamos como nuestro fracaso como médicos"

Sus recuerdos de la primera guardia también son difusos, por lo que no debió ser “nada traumática”, bromea Guillermo, quien se vio rápidamente arropado por el resto de residentes. Lo que sí recuerda bien es el “cambio total de rol” al iniciar la residencia y asumir la responsabilidad sobre los pacientes. “La realidad es que no siempre sabemos qué más hacer, hasta dónde llegar, e interpretamos esto como nuestro fracaso como médicos. Ahí empieza el sobretratamiento hasta la futilidad, el encarnizamiento terapéutico y una muerte que muchas veces sobreviene “haciendo todo lo que pudimos”, sin quizá haber considerado bien el padecimiento del paciente o su familia, su situación vital o sus deseos”, reflexiona el joven, quien también encontró otras carencias en el sistema sanitario al empezar su residencia.
 
“En el momento en el que iniciamos nuestra andadura por el hospital, comenzamos a interiorizar viejos roles de compañeros ya saturados o, simplemente, quemados. Y adoptamos expresiones que son muy gráficas pero deshumanizantes, como ‘paciente puro’, ‘comprar y vender’ al paciente o ‘meter un gol’ en otro servicio, de las que hacemos mucho uso los especialistas de distintas plantas, quizá sin ser conscientes de lo maleables que somos los residentes cuando empezamos en esto”, reflexiona Guillermo.
 
DEFENSOR DE LA HUMANIZACIÓN
 
Cuando el ahora especialista era tan solo un estudiante, ya pensaba de qué forma se podría hacer más llevadera la enfermedad para los pacientes. “De mis primeras prácticas, en tercero de carrera, no recuerdo nada médico, pero sí el impacto que me produjo el encarar por primera vez la enfermedad en toda su dimensión, el paciente y su miseria; y muchas  veces su incomprensión”, relata Guillermo que, como un “chaval al que acaban de dar una bata y un fonendo”, se limitaba a “disimular” para que no se notase que era él quien estaba “muerto de miedo”: “Y sin tocar a nadie, no sea que lo rompas”.
 
El tiempo hizo que el joven fuera “normalizando, casi cosificando” la realidad a la que se enfrentaba cada día, convirtiéndolo en el “objeto de su trabajo”: “Me pareció que se perdía una tarea muy interesante en el estudiante, que podía ser la de entender con los ojos de persona lo que vas a estudiar como médico”, explica Guillermo, que afirma que esa falta de formación en la universidad, “lleva a que cada profesional se desenvuelva como puede, muchas veces improvisando”, y añade: “La experiencia clínica te acaba dando cierto olfato en lo que a pronóstico se refiere, los médicos sabemos cuándo las cosas pueden  no ir bien. Sin embargo, pocas veces actuamos en consecuencia, por la dificultad que esto entraña a muchos niveles”, confiesa.
 

"No dejamos de ser personas tratando a personas”

Tal es la defensa que Guillermo hace de la humanización, que ha conseguido que su hospital realice un curso sobre ella: “Planteé un enfoque científico y médico para un problema humano. Tres charlas en las que se hablara de fisiopatología del morir, estrategia a plantear en el paciente terminal y farmacología al final de la vida”.
 
Para él, que está encantado del sol levantino que le ha brindado su nuevo puesto de trabajo, una de las experiencias más bonitas que se lleva en su breve trayectoria como cardiólogo han sido las palabras amables de gente cercana a pacientes fallecidos: “Me he encontrado con algún familiar que me ha recordado lo agradecidos que estuvieron de haber recibido un trato humano, en palabras textuales… Supongo que no dejamos de ser personas tratando a personas”.


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