El Domingo de Ramos de este año tuvo un plus a favor de los más débiles: ese 20 de marzo nacía en la madrileña iglesia de San Antón la ‘Camilla de la Misericordia’, una iniciativa sanitaria y solidaria para dar asistencia a los más débiles. Auspiciada por el padre Ángel, de Mensajeros de la Paz, su impulsor reconoce que es un proyecto “simplemente precioso”. El comprometido párroco recuerda que comenzaron “con un médico y una enfermera” y en algo más de cuatro meses no solo se ha cuatriplicado la presencia de estos sanitarios sino que se han añadido otros. El padre define a estos voluntarios como “sacerdotes del cuerpo”. “Hemos vuelto a aquel médico de pueblo que no te pincha sino que te acaricia, y si tiene que pincharte, luego te calma ese dolor”, añade.
La cabeza más visible de Mensajeros de la Paz deja claro que en ningún momento aspiran a sustituir al sistema de salud madrileño: “Somos complementarios, lo digo porque algún político ha dejado caer que veníamos a eso y no es así”, sentencia. Aclarado este punto, el padre Ángel admite que “la demanda de pacientes es menor que la de voluntarios”. Lo dice gratamente sorprendido. Casi tanto como la sana impresión que le ha causado ver a estos voluntarios “sin hacer ascos a ningún tipo de cuidado que requieran estas personas”. Un testimonio de lo que él mismo define como una “tremenda capacidad de querer”.
El padre Ángel y Jesús García son los dos grandes impulsores de la iniciativa.
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En ese lado del querer está precisamente el pediatra Jesús García, presidente de la Sociedad Española de Pediatría Social (SEPS), y que además es coordinador médico de Mensajeros de la Paz. Es él quien nada más comenzar la conversación con LA REVISTA de Redacción Médica menta al papa Francisco y enarbola su discurso para bajarlo hasta esta parroquia del barrio de Chueca. “El santo padre dijo que las iglesias tenían que estar abiertas las 24 horas para dar una atención integral, y es lo que hemos hecho”, asegura. Su orgullo, al igual que el del padre Ángel, viene no solo por el bien que están haciendo sino por la implicación de sus colegas de sector. “Ahora somos cuatro médicos de familia, cinco enfermeras, un fisioterapeuta, un anestesista, un psicólogo y hasta dos dentistas que han ofrecido sus clínicas para atender a estas personas”, espeta.
El día a día de esta consulta improvisada en la sacristía de la iglesia no es fácil. “Aquí tenemos de todo: infartados, operados de riñón con insuficiencia que no pueden acceder a ninguna medicación, malnutridos, epilépticos, psicópatas, drogodependientes…”, reconoce para resumir los cuadros clínicos que se encuentran en lo que sería una completa “enciclopedia médica”. La consulta, por cierto, es una sencilla camilla con el instrumental básico para una asistencia simple. “No hacemos grandes cosas porque no es nuestro papel; curamos heridas, limpiamos pies de gente que vive en la calle y que trae hongos, úlceras…”, matiza. Y es que este médico también cree que resulta lo más responsable remarcar que ellos no están ahí para reemplazar a la sanidad pública. “Se trata de complementarla, en ningún momento sustituirla; hay que tener en cuenta que muchas personas que acuden a nosotros no van a los centros de salud porque no se atreven, porque creen que no les van a atender o porque si van, luego no tienen dinero para costearse las medicinas”, recalca. Es decir, que este proyecto presta asistencia, pero sobre todo sirve como correa de trasmisión entre la sanidad madrileña y las personas sin hogar.
El encargado de esta iniciativa no olvida el papel de otro profesional sanitario que les está resultando de gran ayuda: el farmacéutico. “Mucha gente les lleva fármacos que les sobran, bajo ningún concepto caducados, y luego ellos nos los traen a la parroquia”, reconoce agradecido, máxime si se tiene en cuenta que el perfil de usuario del servicio parroquial es pluripatológico y crónico; es decir, que requiere del consumo de gran cantidad de medicamento
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la CONSEJERÍA DE SANIDAD, UN ALIADO
El padre Ángel junto al consejero, Jesús Sánchez Martos.
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Desde la Camilla de la Misericordia reiteran que no han llegado para hacer sombrar ni competencia de ningún tipo a los servicios sanitarios públicos que ofrece la sanidad de la Comunidad de Madrid. En este sentido, explican que el consejero sanitario de la región, Jesús Sánchez Martos, ha establecido con ellos “una magnífica relación”. “Ha entendido perfectamente que somos una conexión entre estas personas y la sanidad pública, que les acercamos a ella”, rememoran sus responsables, agradecidos de que la palabra competencia sea un saldo comparada con la sana cooperación centrada en ayudar a quien más lo necesita.
Desde un parto a un tumor
De sus meses al pie del cañón, García destaca dos historias que le han marcado especialmente y que dan buena cuenta de lo útiles que llegan a ser. Ambas son mujeres íntimamente relacionadas con la maternidad, su presente y sus consecuencias. “Estamos asistiendo a una chica embarazada que tiene verdaderos problemas de adicciones y que vive en la calle; le hemos dicho que no queremos que le quiten el bebé cuando nazca pero para ello se irá a vivir a un centro de acogida al menos durante tres años. Esto se debe a que nosotros aquí no juzgamos sino que ayudamos”, recuerda. El otro caso, de distinta dimensión, es el de una mujer que llevaba varios años sin ver a su hija y que está aquejada por un tumor cerebral. “Llevaban casi diez años sin verse y había perdido las ganas de vivir, de enfrentarse a la enfermedad. Poco a poco logramos que peleara, que tratara ese cáncer y que aprendiera que el tiempo que pudiera vivir, lo podría aprovechar en retomar la relación con su hija. Afortunadamente nos hizo caso, ahora ve a su hija con frecuencia y ha recuperado las ganas de vivir”, añade feliz, entregado a una causa en la que cree.
La ‘Camilla de la Misericordia’ no solo es útil a los enfermos sino que también constituye un nuevo prisma desde el que mirar el oficio del profesional sanitario. Esto lo describe muy bien el padre Ángel, que es observador de lujo de la generosidad y entrega de estos voluntarios, pero también lo explica con gracia este pediatra, que disecciona el día a día como otro tipo de facultad de Medicina. “Aquí se aprende a escuchar en lugar de solo oír, se conoce la empatía y sobre todo a no juzgar”, asegura. Por eso cree que resulta una magnífica escuela para los jóvenes en un ambiente donde no se hace “ni caridad ni limosna sino justicia social”. Un pequeño milagro que cada día se produce en la sacristía del número 63 de la calle Hortaleza, en horario de mañana (de 10 a 14 horas) y tarde (17 a 22 horas), y cuyos ilusionados próceres esperan que se perpetúe “para siempre”. Su esperanza de vida se asegura con la vocación humanitaria y asistencial de quien regenta un sueño material y generoso.
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