Aunque la edad media de
jubilación en España es de unos 64 años, no son pocos los trabajadores que pasan de largo esta cifra, sobre todo en el sector sanitario. A pesar de que no faltan casos en los que la decisión de retrasar el retiro laboral tiene que ver con condicionantes financieros, también los hay que tienen que ver con la pasión que destilan por su trabajo. Bueno y porque no saben hacer otra cosa, como reconoce
Araceli de La Fuente, una farmacéutica de
89 años que lleva
dispensando medicamentos detrás de los mostradores desde hace más de 63 años.
“A mí me parece una cosa natural. Me gusta trabajar, me gusta la farmacia, pero no sé hacer otra cosa en mi vida”, responde De La Fuente cuando se le pregunta cómo sigue al frente de la botica después de tantos años. “No sé estar con los brazos cruzados, como muchas de mi edad que están sentadas en el banco de la plaza” en la que está su establecimiento. “
Yo tengo que estar aquí, trabajando”.
La historia de Araceli se inicia en 1928, año en el que nació a las faldas del Picu Telenu, en la comarca de La Maragatería (León). Su destino estaba marcado desde el principio:
las profesiones sanitarias forma parte del ADN de su familia. “Mis padres, como también mis abuelos, eran farmacéuticos y médicos”, cuenta. Con todo, lo primero que estudió, con solo 17 años, fue “la carrera de maestra nacional de primera enseñanza”. Luego, pasó a estudiar Farmacia en Madrid, facultad que estrenó, por cierto, cuando estos estudios comenzaron a cursarse en la Ciudad Universitaria de la Universidad Complutense de Madrid.
Allí conoció a su marido, del que se enamoró por su nombre.
“Cada vez que pasaba lista el profesor, nos fijábamos todos en quién era esa persona que tenía un nombre tan raro: Juviniano”. Precisamente con Juviniano puso la primera farmacia de la que fue titular, que es la que todavía hoy en día regenta, junto a su hijo,
en Benavente, un pueblo de Zamora.
MÁS DE MEDIO SIGLO DE HISTORIAS
El más de medio siglo que Araceli ha estado al frente de una farmacia ha sido, casi siempre, en zonas rurales. “
Nos venían a preguntar todo tipo de cosas”, explica. Incluso le pedían diagnósticos: “Algunos venían diciendo que les parecía que les iba a entrar la gripe... Pues habrá que esperar a que empiece para poderles dar algo, les decía yo”. Añade, además, que no le han faltado
espontáneos al otro lado del mostrador que se tiraban al ruedo del medicamento cuando algún paciente describía su males: “Quienes estaban esperando le recomendaban uno u otro tratamiento... Esta pastilla va muy bien u otra mejor”. Nada que Araceli no pudiera manejar, claro.
Porque si algo ha podido atesorar esta octogenaria farmacéutica en los años al frente de su botica son
profundas y agudas dotes de observación. “Conozco a mis pacientes. Por la mirada se sabe si a una persona le duele algo o está triste”, afirma. “A ti te pasa algo hoy”, les suele decir, y ellos no pueden hacer más que admitirlo. "Y me lo cuentan entero. Y les escucho. Te lo cuentan y se desahogan”.
¿Entonces, su farmacia también es consultorio sentimental? “Igual que nos tocaba hacer de veterinarios también nos tocaba hacer un poco de psicólogos”, explica. Y no duda en tender la mano: “
Yo les digo que cuando tengan ganas de hablar, que se vengan aquí, se sienten y me lo cuenten todo”.
También maestra
Araceli de la Fuente también tuvo tiempo de ejercer su segunda carrera, la de maestra. Fue hace unos 40 años, explica. “Por entonces, como no había suficientes profesores, mi marido y yo fuimos profesores en los colegios de monjes y de monjas de Benavente”, explica, y añade que se encargaban de materias como Física y Química y Ciencias Naturales.
Pero esto no duró mucho. En aquella época tenían dos farmacias y seis hijos. “Terminé en junio con un dolor de cabeza tan grande que dejé de dar clase. Mi marido no, pero desde que lo dejé nunca me ha vuelto a doler tanto la cabeza”.
A lo largo de su carrera, Araceli ha tenido varios encontronazos con
pseudociencias y curanderismos varios, aunque no tan frecuentes como
otros compañeros dedicados al cuidado de la salud de las personas. La anécdota que más le marcó fue cuando una mujer apareció en su botica pidiéndole “unos polvos de
nomeolvides”, que presuntamente se vendían en farmacia, una milagroso remedio que “hace que el novio que quieras se vaya contigo”, cuenta entre risas.
Eso sí, tiene clara su opinión sobre la
homeopatía: “
no me gusta, no me gusta nada. Cuando a uno le duele algo, le duele de verdad. Y hay que darle algo en consonancia con ello”.
FUTURO
A pesar de que en el caso de Araceli parece que la farmacia es una cuestión hereditaria (dos de sus seis hijos se dedican también a la botica), ella no quiere ese destino para su familia. “
Le voy a decir a mis nietos (tiene 12) que ninguno se dedique a la farmacia. Todo esto ha cambiado mucho. En herboristerías y supermercados hay de todo... Y también ahora los medicamentos se compran por internet, y somos los últimos en ser consultados”. También niega el concepto de
supermercado de salud'en el que no pocos quieren convertir a la farmacia: “no me gusta nada”.
Y es que lamenta que se haya perdido la noción de farmacéutico como primera fuente informativa sobre el medicamento. Además, considera que los avances tecnológicos han provocado que el boticario se distancie del paciente. “
Se han perdido muchas cosas. Debemos recuperar cosas que se quedaron atrás, y con más conversación con el paciente y menos tecnología“.
En cualquier caso, ¿qué principio activo toma Araceli para seguir derrochando energía como una adolescente a sus 89 años? Ninguno, todo natural, asegura. Sobre su jubilación, no ve un horizonte para ella: “
Todavía no me lo he pensado. Yo sigo cotizando en la Seguridad Social y no sé hacer otra cosa que estar aquí”. Y en Benavente todos lo agradecen.
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