“Su hijo ha nacido muerto”. Esas son las primeras palabras que escucha Marta después de haber pasado largas horas de parto. Ella duda. Ha visto cómo la criatura que acaba de llegar al mundo movía sus brazos y piernas. Los médicos le aseguran que se trata de una reacción nerviosa del cuerpo fallecido, similar a la que tienen algunos animales cuando se les corta la cabeza repentinamente. En cuestión de segundos, sacan al recién nacido del quirófano y, en la distancia, se oye el llanto de un bebé. Ella sonríe ilusionada, pero le dicen que se trata de otro niño. Que el suyo, lamentablemente, no volverá. La realidad es otra. El neonato ha llorado mientras le llevan a otra habitación. Quizá el instinto ya le advierte que algo no va bien. En sólo instantes llenan un cubo con agua y proceden a meterle de cabeza. Indefenso, mueve sus brazos y se retuerce, pero rápidamente todo su cuerpo se queda inerte y reina el silencio.
Óscar Elías Biscet es uno de los médicos que está en el hospital. Él sabe que la madre del bebé había intentado abortar fallidamente tres meses antes con el fármaco Rivanol. Es un proceso habitual. La normativa cubana permite que los abortos sean legales, pero es consciente de que lo que acaba de ocurrir en el centro de salud no es una interrupción voluntaria del embarazo, sino un asesinato. “A algunos bebes les ahogaban, pero había otros a los que envolvían en papel cartucho hasta que se asfixiaban o, simplemente, les dejaban encima de una mesa para que murieran desangrados o por la falta de atención”, ha asegurado a LA REVISTA de Médica. Decidido a impedir que esto siguiera ocurriendo, tomó cartas en el asunto.
El médico, que provenía de una humilde familia de padres obreros, realizó un estudio sobre el proceso abortivo a través de Rivanol y los posteriores asesinatos a neonatos que habían logrado superar los efectos del fármaco. Sin saberlo, la búsqueda de salvar vidas inocentes le llevaría a poner en peligro la suya. La cuenta regresiva de la persecución del régimen castrista se inició cuando, terminada su investigación, presentó la documentación al sistema judicial. “Ellos se negaron a procesar la información o a investigar el caso. A pesar de que tenía la grabación de las madres denunciando lo ocurrido nunca pude ir a juicio”, ha precisado el experto en Medicina Interna, quien no estaba dispuesto a tirar la toalla.
“Como vi que no me respondían, acudí hasta la oficina de Fidel Castro y entregué toda la información del trabajo de investigación. Un mes después, me tomaron prisionero”, recuerda. Su detención tenía una finalidad política. Desde el gobierno cubano se quería que mantuviera la teoría de que el asesinato de los recién nacidos que sobrevivían a las técnicas abortistas era una práctica de algunos médicos, y no una orden generalizada en todo el sistema de salud. Al oponerse, firmó su sentencia: acudir a la prisión, donde le esperaban largos años de torturas.
El dolor detrás de las rejas
La prisión fue una experiencia “traumática”. El médico que intentaba salvar vidas en el Hospital Infantil 10 de Octubre se encontraba en medio de un ambiente hostil, rodeado de los más peligrosos criminales que, siguiendo las órdenes de sectores políticos afines a los Castro, le hicieron vivir experiencias que recuerda con profundo dolor. “Utilizaron a los delincuentes para atacar a quienes éramos presos de conciencia. El objetivo es que cambiásemos nuestra opinión”, lamenta. Sin embargo, el verdadero sufrimiento llegaría de las manos de los propios funcionarios de la prisión, encargados de realizar las torturas a las que fue sometido Elías Biscet.
Biscet ganó en 2007 la Medalla Presidencial de la Libertad que otorga el gobierno de EEUU.
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“A pesar del maltrato, gracias a Dios nunca me arrepentí de lo que hice. Al contrario, la experiencia me dio más fuerza para seguir trabajando. Admito que fue un proceso muy doloroso, pero sabía que había que mantenerse firme para que prevaleciera la verdad y la justicia”, confiesa. Cuando las fuerzas físicas menguaban, el médico se refugiaba en el interior de su mente, donde se reencontraba con “la fe, la verdad y la justicia, sólo así fue como logré resistir a todas las torturas a las que fui sometido”.
Su resiliencia ha sido reconocida en todo el mundo. El gobierno de los Estados Unidos le concedió la Medalla Presidencial de la Libertad en 2007, siendo, junto a la Medalla de Oro del Congreso, el premio más importante entregado a un civil. Sólo dos años después, sería nominado al Premio Príncipe de Asturias de la Concordía. No obstante, una de las recompensas más preciadas fue el día que logró cambiar el discurso en vivo del propio Fidel Castro.
“Una de las primeras manifestaciones que hicimos, el 24 de febrero de 1998, coincidió con un discurso que daría durante la noche Fidel Castro. Mientras hablaba, le pasan un papelito y, tras leerlo, pasó de dar un mensaje relacionado con problemas sociales y económicos a hablar a favor del aborto y de los derechos que tiene la mujer para escoger sobre su embarazo. Ahí comprendimos que las actividades tenían efecto”, recuerda. Con esta inspiración se han seguido pronunciando, llevando a que “en una entrevista que Castro hizo años después, admitiera que el aborto no era un método anticonceptivo y que las mujeres tenían que tomar esta decisión con precaución”.
forjando médicos ‘revolucionarios’
Cuando Óscar Elías Biscet accedió al grado de Medicina era un ciudadano promedio de Cuba. Sin grandes recursos, apostó por una carrera que le permitiera ayudar a los demás y ofrecer un servicio a los más desfavorecidos. Aprovechando la educación gratuita que ofrece el gobierno castrista, acudió a clases donde “nos enseñaban sobre Medicina, pero al mismo tiempo nos inculcaban la ideología política del régimen de forma constante”. De ahí que tuviera que cursar asignaturas como “Comunismo Científico” o de “Reserva Militar”, siendo esta última de obligatorio cumplimiento en todos los grados ofertados por las universidades estatales.
Con el germen comunista en su formación académica, Elías Biscet culminó sus estudios para acceder al mercado laboral y comprender que la crítica no era bienvenida en la dictadura castrista. “A principio de los años noventa nos encontrábamos trabajando con unas condiciones laborales precarias. Los sueldos eran los más bajos del país, ya que se había terminado la ayuda soviética. Además, trabajábamos incontables horas al día, con guardias cada tres días y obligados a mentir a nuestros pacientes, a quienes teníamos que decir que no necesitaban de una prueba solo porque no contábamos con los recursos para hacerla”, admite. Casado de la situación, decidió manifestarse y el resultado sería contundente: “me despidieron del hospital donde me encontraba y permanecí un año sin poder encontrar trabajo, ya que todos los centros de salud respondían a los intereses del gobierno”.
La ayuda de un amigo fue la puerta de acceso al mercado laboral, llevándole a descubrir los atroces asesinatos a neonatos.
Menos balas contra la disidencia
Tras su liberación el 11 de marzo de 2011, Elías Biscet se negó al destierro de Cuba. En lugar de apostar por la búsqueda individual de una vida mejor, decidió quedarse en su tierra natal para intentar mejorar el bienestar común de su país. Aún más comprometido con la vida, el médico comenzó a realizar campaña contra las penas de muerte que hay en la islas y que, en gran medida, se han utilizado en la dictadura castrista para acallar y atemorizar a la disidencia política. “No hemos logrado suspender la pena de muerte en Cuba, pero al menos se ha reducido el número de fusilados”, reconoce.
"Hemos emprendido una nueva revolución, la de los derechos humanos".
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Los esfuerzos realizados por este profesional sanitario, junto con organizaciones, están ayudando a implementar conceptos relacionados con los derechos universales de cada ciudadano. “Cuando empezamos a incorporar el concepto de los derechos humanos y que tuvo mucha pegada, los castristas enviados por la policía política venían a nuestras manifestaciones a gritarnos ‘abajo los derechos humanos’. Recientemente, vemos que se ha cambiado el discurso a favor de la implementación de estos principios”, apunta.
Con las marcas de las torturas aún tatuadas en cuerpo y mente, Elías Biscet sigue en pie de lucha. “Hemos emprendido una nueva revolución, la de los derechos humanos”, ha apuntado este médico quien admite que está trabajando en un proyecto que permita que los ciudadanos “recuperen los derechos fundamentales a través de vías no violentas y que garanticen la instauración de una república democrática en Cuba”.
Aunque la historia de Elías Biscet aún se está escribiendo, ya ha dejado un importante legado: los médicos deben luchar por la vida, ya sea desde una sala de parto en las que se asesinan bebes inocentes, en los despachos realizando propuestas para prohibir la pena de muerte o en las calles solicitando el respeto a los valores fundamentales de los ciudadanos. A veces, las batas blancas de los sanitarios se asemejan mucho a las capas de los héroes.
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