Alberto Infante no se ha conformado con desarrollar una larga y prolífica trayectoria como médico y gestor sanitario, sino que acaba de publicar la novela 'Constantes vitales', en el que aborda un momento fundacional tanto en su carrera profesional, como en el Sistema Nacional de Salud (SNS). La transición española desde el punto de vista de un médico recién licenciado. En aquella época, Infante fue médico general y especialista en medicina nuclear y, algo más adelante, dirigió un centro municipal de salud en Madrid.
En 1983 ingresa en la administración sanitaria como inspector médico y comienza otra historia, que le llevó a trabajar en la Organización Panamericana de la Salud y a ser asesor de tres ministros de Sanidad durante las legislaturas de José Luis Rodríguez Zapatero. A día de hoy se resiste a jubilarse. Además de haber emprendido una carrera como novelista, da clases en la Escuela Nacional de Salud. Allí recibe a LA REVISTA de Redacción Médica para charlar sobre sus vivencias con un espíritu muy parecido al que anima su escritura y su labor docente, la confianza en que algunas de sus experiencias sean útiles a las nuevas generaciones de profesionales sanitarios.
A día de hoy, qué es más, ¿médico o escritor?
Las dos cosas. Chéjov, que era médico de profesión, decía: “la medicina es mi esposa legítima y la literatura mi amante”. Claro, yo ya estoy jubilado y dedico algo más de tiempo a la literatura que antes, por tanto hoy casi sería bígamo.
Infante, durante un momento de la entrevista
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Además de novelas, ha escrito poesía. ¿Cómo se pasa del 'Harrison' a la poesía?
Escribí poesía en mi época de estudiante y lo dejé. Pero en una etapa de mi vida en que tuve que irme a vivir a América solo, la retomé. Para llenar los tiempos muertos, los hoteles, los aeropuertos, los apartamentos en Washington. Empecé a escribir relatos y poemas. Viajar por el Continente Americano y conocer a tanta gente y tantas situaciones te abre la cabeza. Me contaban historias alucinantes y yo las anotaba. Cuando volví a España, ya con más de 50 años, publiqué un primer libro de relatos, algunos de los cuales están situados en aquel continente.
La novela ‘Constantes Vitales’ aborda la Transición española desde el punto de vista de un grupo de médicos jóvenes. ¿Qué tiene esta novela de autobiográfica?
Yo la considero más bien una ‘novela testimonio’. Aunque es verdad que tiene cosas que me ocurrieron a mí, no es estrictamente autobiográfica. Hay muchas situaciones inventadas, otras que les ocurrieron a otras personas. Dicho esto, ciertamente es una novela testimonial, de una época y de unas vivencias, que probablemente son bastante comunes la generación de la que yo formo parte y que hizo una triple transición: profesional, política y vital.
¿Ve algún paralelismo entre la situación de la sanidad en aquél entonces, en la transición, y la situación actual?
Pues es interesante, porque lo que a mi me llevó a escribir esta novela es precisamente una discusión que tuvo lugar aquí en la Escuela Nacional de Sanidad. Llegué en el año 2010 y empecé a conversar en la cafetería de la escuela con las nuevas generaciones de postgraduados, chicos y chicas de 30 años, bien formados, con preocupación social porque están haciendo cursos de postgrado en Salud Pública y en Administración y Gestión Sanitaria. Ellos me transmitieron las dificultades y los problemas con que se encontraban, como resultado de la crisis económica y social, y yo les empecé a comentar cómo eran muchos de esos problemas cuando yo tenía más o menos su edad. Les comentaba, por ejemplo, que el sistema MIR de formación de postgrado no existió siempre, que hubo que crearlo. O que los centros de salud que hay hoy existen eran ambulatorios que abrían dos horas y media y sin historias clínicas…
Alberto Infante participa en una lectura de sus poemas en la Fundación Telefónica.
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¿Ve elementos comunes entre los jóvenes de ahora y la juventud de entonces?
Yo creo que hay elementos comunes y diferentes. Hoy tenemos los profesionales de la salud mejor formados que ha habido nunca en España. Desde luego, comparados con la formación que nosotros teníamos en su época, no hay color. Veo mucho compromiso y muchas ganas de poner sus conocimientos y ese compromiso al servicio de los pacientes y el conjunto de la sociedad española.
Pero tengo la sensación de que las nuevas generaciones quizá dan por sentado, por definitivamente consolidado y por definitivamente construido, algo como el Sistema Nacional de Salud, que es un producto de equilibrios políticos, sociales, administrativos y profesionales muy delicados… y que no está ganado de una vez y para siempre. Una de las vías más insidiosas pero más eficaces para ir desmontando el Sistema Nacional de Salud es desfinanciarlo poco a poco.
¿Hasta qué punto es importante para un médico el compromiso político?
El compromiso político –en un sentido amplio y no estrictamente partidario– es bastante inevitable en la profesión médica. Está en el germen mismo del juramento hipocrático, está en el Código de Hammurabi, está en la práctica y en la teoría de los grandes de la medicina occidental y, hasta donde yo conozco, de algunas medicinas orientales. A un médico le preocupan las condiciones de vida de la gente, las causas de la enfermedad y de los sufrimientos tanto físicos como psicológicos y espirituales.
Su novela aborda el tema de la militancia. ¿Cómo fue su juventud en ese sentido?
Muy acelerada. Tuvimos que hacer mucho muy deprisa. No todo lo hicimos bien, estaría bueno. Conseguimos, o esa es mi sensación, bastantes logros. También acumulamos y cosechamos algunas grandes frustraciones. Creo que teníamos unas cuantas ideas claras muy potentes y mucha ignorancia de los detalles. En ese sentido, yo creo que las nuevas generaciones tienen perfecto derecho a juzgar la transición como les parezca. Pero les pediría que lo hagan comprendiendo las circunstancias del momento.
En esa época de estudiante de Medicina, ¿qué recuerda con más cariño?
Mis tres primeros años de estudiante en el Instituto Ramón y Cajal del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, donde tuve el privilegio de utilizar incluso microscopios que había utilizado Ramón y Cajal. En esa escuela, Cajal, Achúcarro u Ortega hicieron muchísimo por la Neurología con muy poco. Eso también es una lección.
Recuerda su paso por el Ministerio de Sanidad como el mejor momento de su carrera.
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Para estos tiempos de austeridad…
Sí. Se puede hacer mucho con muy poco, a condición de ser riguroso y saber qué se quiere hacer y aplicarse a trabajar. No es que sea deseable tener muy poco, pero no es indispensable tener mucho para hacer las cosas bien.
Usted nació en 1949. ¿Cómo fue su infancia en ese Madrid casi de posguerra?
No fue una infancia alegre. En la ciudad el ambiente era de congelación, pero a lo largo de los ‘60 Madrid duplicó su población y eso significó unas condiciones de vida deplorables en los barrios de aluvión. Recuerdo mis guardias en Orcasitas, en los poblados dirigidos. Aquello era tremendo. Ahí fueron las primeras guardias de muchos de nosotros y las condiciones de vida de la gente, que estaba cubierta por regímenes aseguradores muy precarios, eran tremendas.
Volviendo a mi infancia, sí que me gustaría decir que fue una infancia en la calle. La zona más popular del barrio de Salamanca, donde yo nací y me crié, lindaba con el Arroyo Abroñigal, que era una zona de chabolas. Los chavales del barrio nos peleábamos y jugábamos con los chabolistas del Arroyo Abroñigal.
Los niños ya no juegan en la calle. Al menos no en Madrid…
Desde luego. En el centro y los barrios más populosos es imposible, con el tráfico. Cuando yo era niño, la llegada de un coche al tramo del final de la calle Hermosilla, un poquito antes de llegar a la Colonia de Fuente del Berro, era noticia. Estoy hablando del año 53 o 54... Un Madrid con bulevares donde se comía tortilla y pimientos y en verano se sacaban las sillas a la puerta.
EN CORTO
Un libro de cabecera
'Poesías completas' de Claudio Rodríguez.
Película favorita
'La Reina de África', de John Huston.
Canción preferida
'Yellow Submarine' de los Beatles. Era la que sonaba de fondo en el vestíbulo de la Facultad de Medicina cuando entré allí por primera vez.
Ciudad para vivir
Madrid.
Ciudad para viajar
Buenos Aires, Ciudad de México y La Habana.
Un objeto imprescindible
Soy bastante desapegado de lo material porque, probablemente, casi nunca me ha faltado de nada.
Un personaje en su vida
Mi actual mujer.
Un personaje histórico
Hipatia. Por ser mujer, por dónde vivió, por cómo vivió, por qué quiso hacer y por cómo murió.
Equipo de fútbol
Real Madrid.
Un lema vital
Si por algo me gustaría ser recordado es porque dijeran de mí que lo intenté siempre.
Qué le hace feliz
La luz velazqueña de Madrid, los días que no hay contaminación.
De todos los destinos laborales que ha tenido dentro de la gestión sanitaria, cuál le ha dejado mejor sabor de boca.
Creo que cuando he tenido más oportunidades de hacer cosas útiles para más gente fue en la etapa en la que, después de volver de EEUU a mi puesto de funcionario en el Ministerio de Sanidad, se produjo un cambio de Gobierno que hizo que una antigua amiga de juventud, Elena Salgado, fuera ministra. Nos reencontramos después de mucho tiempo y ella me dio una oportunidad. Y sucedió una de las cosas que pasan pocas veces en la vida y en la administración pública: que te encuentras a la vez con apoyo político y presupuesto.
Después, esa confianza me la mantuvieron dos ministros siguientes. Durante un periodo de casi seis años tuve la oportunidad, primero como director general de la Agencia de Calidad, y después como director general de Ordenación Profesional, de contribuir a algunas decisiones –algunas de las cuales todavía perduran– que a mí me parecen útiles. Por ejemplo, las Unidades de Referencia del Sistema Nacional de Salud. Hay que decir que esto se hizo porque en ese ministerio había y sigue habiendo unos funcionarios excelentes, gente con la fue un lujo y un verdadero placer trabajar.
¿Qué hace en su tiempo libre?
Atender a mis nietos, que son una maravilla. Mi mujer, que es profesora de Historia, se va a jubilar, así que vamos a viajar más. Yo siempre he sido muy viajero, pero ahora viajaremos más. Escribo, doy algunas clases todavía como profesor de emérito, y ahora estoy involucrado en un proyecto muy interesante con la Escuela Andaluza de Salud Pública y otras seis instituciones europeas de fortalecimiento de las capacidades de atención de los Estados miembros de la Unión Europea en la atención sanitaria a los migrantes. Un asunto de importancia capital en el que no se está trabajando bien.
¿Cómo conoció a su esposa?
Cuando yo trabajaba en Washington, fui de misión a La Habana a trabajar con el gobierno cubano, que entonces estaba en pleno Periodo Especial y nos había pedido ayuda para reflotar su sistema sanitario. Ella estaba allí trabajando en en un proyecto de colaboración entre la Universidad del País Vasco y el Centro de Demografía Histórica de La Habana. Allí nos conocimos.
¿Qué le chocó más de Cuba en aquella época?
Llegué a La Habana en octubre del año 96. No había luces. Circulaban bicicletas sin faro. La gente lo pasaba fatal, pero lo sobrellevaba con ese buen humor que tienen los cubanos incluso en circunstancias que para nosotros serían inimaginables. Y sin embargo la nomenclatura vivía bien. El contraste era enorme, porque yo tenía que negociar con la nomenclatura, claro, y luego ver la calle y estar con los colegas profesionales que ganaban poquísimo, tenían que moverse en bicicleta y no tenían ni anestésico ni antibióticos. Hoy ya la realidad no es así. He estado en La Habana hace dos años y vuelvo el mes que viene, y la situación es bastante más esperanzadora. Es un país maravilloso al que al que me gusta volver y donde conservo amigos.
Infante, acompañado del diputado socialista en la Asamblea de Madrid José Manuel Freire y de algunos alumnos y profesores de la Escuela Nacional de Salud.
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¿Aparte de la experiencia que me relata de Cuba, hay algún lugar al que haya viajado y le haya chocado especialmente?
Mi primer viaje a África, recién nombrado subdirector de Relaciones Internacionales del Ministerio de Sanidad, fue a Nouakchott, en Mauritania. Cuando fuimos, llevaban varios años de sequía y lo que vimos allí no he podido olvidarlo. Otro lugar más reciente ha sido el
slum de Dharavi en Bombay. Ahí vive más de la mitad de los casi 9 millones de habitantes que tiene esa ciudad. Es como bajar a los infiernos… y comprobar que en los infiernos se vive, se nace, se crece, se procrea, se sufre, se es alegre y se muere. Sin salir de ahí. Toda una lección de humildad para los occidentales.
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