Reconoce que, en un primer momento, no le apetecía estar al frente de la
Organización Nacional de Trasplantes (ONT), pero
Beatriz Domínguez-Gil no pudo rechazar la propuesta de convertirse en la directora general de la institución de la que lleva enamorada toda la vida. No teme las comparaciones con su antecesor y maestro,
Rafael Matesanz, porque considera que rompe tanto los esquemas –para empezar, es mujer– que no hay lugar para paralelismos. Este enero cumple 47 años y, aunque sea pronto para planteárselo, le gustaría retirarse en la ONT. Eso sí, antes irá a por el Premio Nobel, para que haga compañía al Príncipe de Asturias que la organización recibió en 2010.
¿Qué fue lo primero que se le pasó por la cabeza cuando le propusieron dirigir la ONT?
Me sentí muy honrada, pero la verdad es que no me apetecía (ríe). Tengo un gran sentido de la responsabilidad respecto a la ONT, así que, aunque me lo tuve que pensar, decidí que si se consideraba que yo era la persona que mejor lo podía hacer tenía que decir que sí. Sabía que ese momento podía llegar, pero me pilló un poco por sorpresa.
Comentan que es brillante, que Rafael Matesanz no habría podido tener mejor sustituta, tanto por su carácter como por su trayectoria profesional. ¿Cómo se define usted?
No me considero particularmente brillante. Me definiría como una persona muy trabajadora y muy concienzuda. Eso es lo que me caracteriza como profesional. Me gusta el trabajo bien hecho hasta límites un poco patológicos, pero intento limarlo. Soy muy perfeccionista y me gustan las cosas bien planteadas.
¿Qué cree que es lo más complicado de su cargo?
Mantener cohesionada e ilusionada a toda la organización. Eso es a lo que dedico ahora mismo gran parte de mi tiempo, así como el definir claramente cuáles son nuestras líneas estratégicas futuras.
¿Y lo más satisfactorio?
Que tengo la fortuna de trabajar con un grupo de profesionales extraordinarios y comprometidos con la atención al paciente, con la innovación, con todo. Es un placer.
Foto de familia de la Red y Consejo Iberoamericano de Donación y Trasplantes (Rcidt), que preside desde la reunión de Buenos Aires de septiembre de 2017.
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¿Es difícil ser la sucesora de una figura tan relevante como Matesanz?
Sí es difícil, pero creo que rompo tanto los esquemas que no me comparan tanto con él como esperaba.
¿Por qué considera que rompe los esquemas?
Porque soy mujer (ríe). No soy lo que se podría esperar como sucesor de Rafael Matesanz.
¿Teme las comparaciones?
No, no me dan miedo. Tengo muy claro que soy la persona que le sucede en la Dirección de un organismo que ha conseguido mucho y tengo que construir mi labor sobre lo que él me enseñó. De hecho, recurro a él con mucha frecuencia. Pero miro hacia el futuro y estoy mucho más preocupada por cómo hacer las cosas bien que por las comparaciones.
¿Hablan a menudo?
Sí. Nos vemos y le comento cosas. Para mí es un aliado y un asesor. Es mi maestro.
Matesanz decía que la clave para mantenerse al frente de la ONT tantos años fue la profesionalización del cargo, sin adoptar matices políticos. ¿Se ve capaz de hacerlo?
Totalmente. Es fundamental que la Dirección de un organismo como la ONT sea puramente técnica. Eso es importante no solo por mantenerse en el cargo, sino para la propia institución. En los países de América Latina se han creado organizaciones de trasplantes a imagen y semejanza de la ONT, pero, muchas veces, la dirección ha estado sujeta a vaivenes políticos y esto ha generado una situación de inestabilidad que resulta muy perjudicial para los pacientes.
UN ENAMORAMIENTO TOTAl
Beatriz Domínguez-Gil dice que era “una de las raritas” a las que le gustaba la Nefrología: “Para mucha gente es incomprensible que alguien disfrute analizando la creatinina, el sodio y el potasio en sangre”. Dos de sus profesores en la Facultad de Medicina de la Universidad de Salamanca le contagiaron su pasión por el riñón. “Me gustaba mucho el efecto depurativo de este órgano, cómo lograba todo el equilibrio corporal, y me fascinaba el trasplante renal”, comenta. La actual directora general de la ONT hizo la especialidad en un hospital eminentemente trasplantador, el 12 de Octubre de Madrid: “Allí mi enamoramiento por el trasplante fue total”. Años después tuvo la oportunidad de unirse a la ONT, “una aventura magnífica” de la que se quedó “prendada para toda la vida”.
China está adaptando nuestro modelo, ¿conseguirán hacer una buena copia?
En China hay muchas trabas. Está recibiendo formación en coordinación de trasplantes, pero tiene la lacra de haber utilizado durante muchos años órganos de prisioneros ejecutados, lo que ha generado mucha desconfianza sobre el sistema en la población. Además, tiene problemas particulares de entendimiento de la muerte y eso determina un tipo de donación diferente al nuestro. Pero confío en que irá enderezando sus prácticas.
Los franceses llamaron a nuestro modelo “el milagro español de trasplantes”. ¿Cree en los milagros?
No fue un milagro, fue el fruto de un trabajo arduo, de una visión de futuro. Y en esto, nuestro carácter ha sido determinante. Lejos de lo que se puede pensar, los españoles somos excelentes gestores y, además, somos muy flexibles y muy imaginativos, con mucha capacidad de innovación y de vadear problemas.
¿Qué sería un milagro en la Sanidad española?
No sé si sería un milagro, pero sí un ejemplo que se puede copiar. En donación y trasplante hemos sido capaces de funcionar como un modelo cohesionado, a pesar de que las competencias están transferidas a 17 Comunidades Autónomas. Trabajamos como un bloque, como una red muy sólida, y creo que eso tiene que ser reproducible en otras áreas de la Sanidad.
La ONT tiene un Premio Príncipe de Asturias, ¿qué galardón falta en las vitrinas de la organización?
El Premio Nobel. ¡Iremos a por él! (ríe).
En la audiencia privada que mantuvo con el papa Francisco en el Vaticano como directora del Grupo Custodio de la Declaración de Estambul.
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¿Es donante de órganos?
Por supuesto.
¿Cómo convencería a alguien de que se hiciera donante de órganos?
Hay dos conceptos muy importantes. Primero, que donar órganos es culminar una vida de solidaridad. Y segundo, que hay que tener en cuenta el concepto de la reciprocidad. Cada uno de nosotros tiene más posibilidades de necesitar un trasplante que de fallecer en condiciones de ser donante. Cuando un ser querido necesita un órgano, la espera es muy dolorosa y la opción de una segunda vida es el mejor regalo que se puede hacer.
Ya que ha hablado de solidaridad, ¿qué valores defiende en casa?
La solidaridad, por supuesto, pero también la escucha, la comprensión, la flexibilidad, la lealtad… ¡todo eso!
Su padre es asturiano y su madre, zamorana. Y usted nació en Santiago de Compostela, pero vivió en Salamanca desde los tres hasta los 25 años y ahora reside en Madrid. ¿De dónde se siente?
Salmantina. Viví toda mi infancia y mi juventud en Salamanca, así que cuando me preguntan de dónde soy digo que de Salamanca.
¿Con qué ciudad se queda?
Depende. Para una vida familiar me gusta muchísimo Salamanca, todo es fácil allí, todo está cerca. La ciudad huele a Historia por todos los rincones, me encanta pasear por la calle Compañía, por la Plaza Mayor, por la Plaza de la Universidad... Pero para el desarrollo profesional, Madrid ha sido mi plataforma.
Sus padres son farmacéuticos, ¿tenía claro desde chiquitita que se dedicaría a la Ciencia?
Sí, al ámbito sanitario. Desde muy pequeña quería ser médico porque en mi entorno se hablaba de temas sanitarios. Miembros de mi familia eran médicos, farmacéuticos… No sabía muy bien donde me metía, pero quería ser médico.
¿Cuándo descubrió dónde se estaba metiendo?
¡Cuando me metí! (ríe). Sobre todo, durante la residencia. La parte asistencial me gustaba, pero sufría mucho con los pacientes. Hacer un trabajo de gestión me resulta más satisfactorio y me da la oportunidad de ayudar a muchos más pacientes.
Beatriz Domínguez-Gil, durante la entrevista.
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¿Por qué sufría con los pacientes?
Porque aceptaba mal que, a veces, la enfermedad ganara la batalla.
Así que no echa nada de menos la faceta asistencial.
¡No! Ahora ya no. Me gustaba mucho atender al paciente a pie de cama y, durante algunos años, sí que eché de menos la clínica. Pero ahora estoy convencida de que llego a muchísimos más pacientes desde aquí.
Su padre es un elemento fundamental en su vida, ¿por qué?
Es quien sentó las bases de mi desarrollo como profesional, un enamorado de su trabajo que me transmitió que a uno le tiene fascinar lo que hace porque dedicamos gran parte de nuestras vidas al trabajo. Me dicen que sacrifico mucho mi vida personal por mi profesión, pero me gusta tanto lo que hago que no tengo esa sensación. Me gusta más trabajar que irme de compras, ¡me lo paso mejor! Mi padre me transmitió el amor por el trabajo bien hecho, el divertirme con lo que hago y el trabajar duro. También mi madre. Los dos me transmitieron esos principios que han sido determinantes en mi desarrollo.
¿Rafael Matesanz es otro de los hombres de su vida?
Sí, por supuesto que sí. Me dio la oportunidad de pertenecer a su equipo y creyó en mí, con mis virtudes y mis defectos, durante muchos años. Aunque también ha tenido que lidiar conmigo (ríe).
¿En qué sentido?
A veces yo no estaba de acuerdo con cosas... pero él me dejaba hacer, creía en mí, me apoyaba. Considero que ha sido un gran inspirador para mí y, desde luego, ha sido determinante para mi desarrollo en la ONT.
Entonces, ¿es un poquito rebelde?
¡No! (ríe). Rebelde, no, pero ha tenido que aguantarme.
Completa el trío de ‘hombres de su vida’ Francis L. Delmonico, de la Sociedad Internacional de Trasplantes.
Bueno, ¡y mi marido! (ríe). Pero, sí, lo mío con Delmonico fue un flechazo, amor a primera vista. Nos entendemos perfectamente y trabajamos de la mano a nivel internacional en el ámbito del tráfico de órganos. Es un placer trabajar con él porque hace una labor casi detectivesca en la búsqueda de prácticas éticamente inaceptables en el ámbito de la donación y el trasplante, en cualquier país del mundo. Es un gran aliado.
Tiene tres hijas, ¿alguna seguirá la tradición científica familiar?
La mayor (16 años) sí quiere ser médico, salvo que cambie de opinión de aquí a un año y medio… Y las otras dos son pequeñas (12 y 6 años), todavía es pronto.
¿Tiene tiempo libre?
No, me dedico a mis hijas y a trabajar. Pero tampoco lo echo de menos.
Pero alguna afición tendrá…
EN CORTO
Un libro favorito
Patria, de Fernando Aramburu.
Una película
Desayuno con diamantes, de Blake Edwards.
Una canción
Moon River, de Henry Mancini.
Una ciudad para vivir
Salamanca.
Una ciudad para viajar
Florencia.
Un objeto imprescindible
Mis gafas.
Un personaje de su vida
Mi padre.
Un personaje histórico
Adolfo Suárez.
Un equipo de fútbol
La Selección Española.
Un lema vital
No te des por vencido.
¿Qué le hace feliz?
Mis hijas.
Sí, leer, el cine y la música. Me gusta cantar.
¿Canta?
No profesionalmente (ríe). Pero me gusta, soy de las que se arrancan a cantar y a bailar.
¿Pero en el coche y en la ducha o en plan karaoke?
Si me dejan, también en el karaoke. Lo que pasa es que no me dejan (ríe).
¿Y qué suele cantar?
Me gustan todas las canciones de la década de los 80, la música de mi juventud.
¿Cuándo tiene tiempo para leer?
Leo por las noches.
Entonces es de dormir poco.
Sí, duermo poco. Y los fines de semana suelo ir al cine.
¿Le gusta algún género cinematográfico en concreto?
No, la verdad es que me gusta prácticamente todo: películas históricas, comedias… Soy cinéfila.
Solo tiene 47 años, es pronto para plantearlo, pero ¿se ve retirándose en la ONT?
Sí. Si es por mí, sí.
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