La consejera de Salud del Govern de Baleares, Patricia Gómez, lleva siete meses ignorando el mandato del Parlament que instó en septiembre pasado al cese del director gerente del Ib-Salut, Juli Fuster, por ser precisamente pareja sentimental de la consejera.
Los grupos parlamentarios del Partido Popular y de Podemos lograron el 22 de septiembre una mayoría suficiente para que prosperase una moción por la que la Cámara instó al gobierno de Francina Armengol a cesar a Fuster por ser un “caso claro de nepotismo”. Fue la primera ocasión en la legislatura en la que Podemos se desmarcaba de su compromiso de apoyo al Govern balear, formado por PSIB y MÉS per Mallorca.
Pero ni por esas ha dado Gómez su brazo a torcer, y mantiene siete meses después a su marido en el cargo, desoyendo la voluntad parlamentaria. La consejera se remite a lo que dijo en julio del año pasado para justificar el nombramiento: “El director general de Ib-Salut tiene un currículum profesional brillante y su trayectoria profesional está absolutamente por encima de su trayectoria personal”, afirmó sin rubor, añadiendo que “estamos representando a los ciudadanos, y los ciudadanos quieren un cambio”. Fue entonces cuando su socio en el Govern, Podemos, le recordó lo de la “regeneración democrática” que los ciudadanos habían votado.
Ante esta situación, tan poco defendible a los ojos de la ciudadanía desde el punto de vista estético, Gómez ha optado por enrocarse e instrumentalizar el poder y prestigio del Govern, y la semana pasada logró que la consejera de Presidencia, Pilar Costa, de nuevo ante la petición del Parlament, dijera en sede parlamentaria que la voluntad de la Cámara tiene menos peso que la del gobierno. O lo que es lo mismo, que los votos de los ciudadanos solo le importan a la hora de sentarse en un sillón, no cuando deberían poner la cara en vergüenza a quienes ostentan cargos de responsabilidad pública. Hasta ese punto está llegado la consejera Gómez para mantener en el puesto a su marido Juli Fuster.
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